BENI DOMÍNGUEZ: «NO HAY EDITORIALES PEQUEÑAS, HAY EDITORIALES VALIENTES»

On 11 abril, 2022 by Redacción Creatividad Literaria

Beni Domínguez es un apasionado del relato breve y lo defiende con pasión, edición y mucha pasta invertida. Con él regresamos a nuestra sección de Entrevistas después de una temporada de silencio.

De su nutrida biblioteca especializada en cuento podría nacer una tesis pero, a falta de espíritu academicista, le preguntamos por las claves para lograr el mejor, el deseado, el anhelado relato corto que te de el latigazo de la admiración lectora. ¿Dónde encontrar sus ingredientes y cómo escribirlo?

Pero no todo es estudio y lectura. En 2021 publicó la colección de relatos Delirios de un sátiro enajenado con la joven editorial Fagus con prólogo, ni más ni menos, que de Juan Bonilla. O sea, que también escribe, y quien ha leído sus cuentos recomienda el libro.

Y, además, debuta este año como director de la línea Va de cuento, también en Fagus. De Beni Domínguez depende que tú, cuentista, publiques en su sello. Valora que es un gran conocedor del género y que le siguen más de doce mil personas en su cuenta de Instagram. En dicho espacio encontraréis sus recomendaciones de lectura y sus reseñas salvajes y sin clichés.

Con Beni Domínguez hablamos sobre esa distancia narrativa tan ninguneada en los estantes de las librerías, nuestro querido cuento, nuestro estimado relato, nuestro amado relámpago literario.

¿Qué prefieres decir que escribes? ¿relatos o cuentos? ¿Cuál es la diferencia (si crees que la hay)

—He escuchado disquisiciones de todo tipo al respecto, y me da igual referirme a “ello” como relato o cuento, la etiqueta no importa, es el placer en su escritura y su lectura lo que me lleva, lo demás se lo dejo a la gente que quiere perder el tiempo poniéndole nombre a todo.

¿Por qué esa obsesión por el relato corto?

—Sí, es obsesión, es placer, es el sentido de mi vida… que con otro género no me ocurre. Las novelas me agotan, no alcanzo a la poesía, y el relato es el término medio óptimo que coge la trama, el personaje, el ambiente de la novela y deja fuera las digresiones y descripciones tediosas, los circunloquios, en definitiva, el aburrimiento. De la poesía agarra el simbolismo, la elipsis, el efecto transformador y deja fuera el melindre y la excesiva profundidad para depresivos. Hay una máxima en mi obra: “No me aburras, no me sobra el tiempo”.

Saca pecho si quieres de tu biblioteca:

—Son casi 1.500 ejemplares y aproximadamente el noventa y cinco por ciento son libros de relatos. Muchos los tengo dedicados por los autores. Hay muchísima pasta ahí invertida. Me encanta mi biblioteca. Y si la tengo es por varias razones: porque priorizo el gasto en cultura, porque me gusta el olor de la tinta en el papel, porque me gusta el sentido de propiedad, y porque sobre todo me gusta lo que es de verdad, lo que se puede ver, oler, sentir, tocar, subrayar, doblar, notar el paso del tiempo en él… en muchas páginas quedaron restos de cabellos y lágrimas, sudor y migas. Eso es de verdad. Un libro es un compañero de vida como lo puede ser mi mujer.

Me has contado que transcribes los relatos que más te gustan, ¿qué haces exactamente?, ¿transcripción literal? ¿qué te aporta y cuándo empezaste con ese método? ¿Alguien te lo sugirió o fue pura intuición?

—Bueno. Hace muchísimo tiempo leí a Bioy Casares, creo que fue él el que dijo: lee a escritores de tu misma cuerda. Y eso fue lo que hice hasta que me di cuenta que para escribir algo interesante tenía que salir de mi zona de confort. Llevo toda la vida buscando un método y no lo he encontrado, pero sí he perfeccionado cosas, he descubierto, gracias al ensayo-error y la serendipia, cositas que me ayudan a mejorar. Como mi máxima es no aburrir debo escribir cosas distintas, divertidas, intrigantes, cuasi-sorpresivas, que te arañen el pecho y te dejen con la boca seca. Y para eso tengo que estar en fases o periodos distintos muy a menudo.

Para empezar, como es lógico, la lectura es la base de todo, por lo tanto, la lectura es una asignatura transversal, presente cada día de tu vida. ¿Comes todos los días? Pues lee todos los días. Y tienes que leer de todo, aunque sea un poco. Yo solo leo un par de novelas al año, suficiente para salir de mi zona, leo ensayo e historia, libros técnicos… La lectura es básica en todo esto. Aunque es evidente que el noventa por ciento de mi lectura es cuento. Así como el opositor que se va a enfrentar a un examen tipo test, tiene que hacer muchos test, y el que lo tenga a desarrollar tiene que entrenar el desarrollo, o el que tenga un examen oral tiene que hablar ante un espejo… el que quiera escribir cuento tiene que leer mucho cuento, mucho. Es así, no hay más.

Estos son los cimientos, pero no todo el edificio. Se tiene que ver mucha película, muchos documentales, mucho audiovisual.

Y se tiene que releer. Sí, releer. Solo uno de cada veinte relatos vale la pena releerlo. Y yo tengo mi método particular. Cuando leo los relatos los puntúo. Un solo punto para el relato que me ha aburrido, dos para el relato que lo intentó y no llegó, y tres puntos para el relato verdaderamente bueno, ese que me ha hecho “sentir”, ese relato que está por encima de mis capacidades, ese relato que está vivo y siempre lo estará.

Ese relato va al grupo de los elegidos para la relectura. Luego, al cabo del tiempo (mucho) los reúno en grupos de ocho y tras releerlos elijo la mitad, porque tras la relectura me doy cuenta que algunos fueron elegidos muy alegremente. Bueno, esos cuatro cuentos, que son lo mejor de lo mejor, pasan a ser estudiados en profundidad, los copio en Word porque es así como veo los trucos, las técnicas, el aliento del escritor o escritora, solo leyéndolos se me escapan muchas cosas, la copia del buen cuento te muestra el laboratorio que no ves con solo pasar los ojos por encima del papel, de esta copia obtengo mucha información, número de palabras, palabras clave, giros y su momento, el lugar exacto donde todo rompe, la legibilidad, etc. Y esto de la copia lo descubrí por casualidad, como tantas otras cosas, queriendo tener la ortografía y mecanografía fresca me topé con esta asignatura troncal que es la copia de los mejores. Indispensable como la lectura o la visualización de films.

¿Qué escritores/as te parecen fundamentales para progresar?

—Creo que los escritores fundamentales son los propios, los que uno mismo elige. Es decir, no pasa nada por no leer a Borges o a Cortázar, por ejemplo, o a otros muchos, porque todo escritor tiene a su camarilla de lectores, todos tienen su público. Nadie es malo o es bueno para todos, lo que te gusta a ti puede que no me guste a mí. Estoy seguro (lo he comprobado) que mis cuentos preferidos no lo son de los demás y viceversa. Por lo tanto, para gustos los colores.

¿En qué momento pasas de leer a escribir?

—Yo a los 27 era un lector “normal”, leía el best-seller de turno, el premio Planeta, el Nadal, en fin, lo que todos (qué pena). Gracias a una amiga descubro el cuento literario, del cual no sabía nada, y me quedo paralizado ante el género. Me da tan fuerte que desde entonces hasta los 51 que tengo ahora le he servido fiel, sumiso y agradecido. Me impactó tanto el género que me puse a leer como un poseso y al año siguiente, cuando tenía 28, escribí mi primer relato Vis a vis (ahora perdido por culpa de tantas mudanzas). Por lo tanto, fue rápido el paso de lector a escritor. En este momento tengo más de ochenta cuentos escritos.

¿Te pesa lo leído en la búsqueda de tu voz?

—Quizá lo de la búsqueda de la voz suceda al principio, pero cuando ya tienes cierta experiencia, tu voz es el cúmulo de tu conocimiento, de tus gustos y tu psique. Todo va conformando tu estilo único y diferenciable al resto. En definitiva, tu marchamo es un puzle hecho por tu experiencia vital, lo que has leído, lo que has visto, lo que has estudiado a fondo, ése eres tú, un cúmulo de experiencia.

¿Tienes rituales?

—Solo el silencio. Solo pido silencio y tranquilidad. No tengo fetiches ni rituales a la hora de escribir.

Sé que eres perfeccionista. ¿Lo eres antes de ponerte a escribir o/y durante?

—Pues ni en el momento ni durante. Solo soy súper/hiper perfeccionista rescribiendo, repasando y corrigiendo, nunca antes. Cuando escribo no tengo ataduras de ningún tipo, soy como un loco que sale en pelotas corriendo por la calle, me da igual todo, luego vendrá lo formal, lo correcto, el limar y soplar lo que sobra, el añadir si hace falta. A la hora de escribir es como si entrara en trance y me vuelvo loco transcribiendo lo que mi mente me dice, una especie de escritura automática libre que sé que luego me dará mucho trabajo. El acto de la escritura es lo más parecido a un orgasmo, y lo que viene después es lo más parecido a un matrimonio mal avenido durante décadas. El después del primer borrador es trabajo puro y duro, tedioso y perfeccionista, ahí no hay creatividad, hay técnica, es lo que te pueden enseñar en un curso de escritura o puedes aprender copiando a los mejores. Lo chulo, lo guay, donde disfruto de verdad es en el aquelarre de la creación, en el primer borrador, cuando tu mente nada en una piscina enorme. Esta dicotomía tiene que ser complementaria, debe haber armonía entre las dos partes por igual, lo perfecto es que tanto continente como contenido sean buenos. Una cosa sin la otra se lleva el cuento al garete.

¿Escribes desde una idea o te dejas llevar por sensaciones?

—Uff. Lo primero es la idea. Por pequeñísima que sea. Diría que es como una traza de idea, una chispa que lo enciende todo y lo hace explotar. Una vez tienes la chispa vienen las ideas accesorias, tan importantes como la principal, porque la van a vestir, es el vestido en el que va a ir envuelta la idea, la historia, la anécdota, todo fluye después del chispazo, es la sensación más agradable que existe, me dejo llevar por mi mente, hacia donde ella quiera, sin cortapisas de ningún tipo, y una cosa trae la siguiente y no paras hasta que lo escribes, a la velocidad del relámpago, por eso no escribo a mano, soy lento para transcribir lo que mi cerebro me dicta si manuscribo, necesito el teclado para volar, no miro hacia atrás, ya sé que me he comido una letra o no he puesto una coma, me da igual, eso vendrá después, en la época aburrida y necesaria, ahora no estamos en eso, estamos en esto, en desarrollar el chispazo, en acompañarlo, en guiarlo, en ayudar a nacer, en disfrutarlo, en reír, en llorar, en intrigar, en sorprender, en emocionar, en idear y focalizar el tema, en ese instante estoy en el parto, acompañándolo, cogiendo registro de todo, voy a su vez, nace, se desarrolla y muere contigo. Ya ha nacido el cuento y yo estaba allí. Después vendrá el reconducirlo, en perfeccionarlo desde lo académico, pero eso vendrá después.

También sé que eres de los que se documenta. ¿Cuánto puedes estudiar para tres páginas?

—La documentación es esencial. Cuando escribo de cosas que no sé (casi siempre), me documento a tope, es increíble el nivel de seguridad que debo tener para escribir algo que no controlo. Pongo ejemplos, para el cuento El ojo me tiré leyendo y viendo sistemas de crematorios durante dos días, más de 15 horas en esa cosa, videos técnicos de empresas a tanatorios, manuales de instrucciones… pero la idea, el chispazo, surgió el año que estuve trabajando de noche en una institución pública. Estaba a las afueras, en un polígono, y tenía un tanatorio al lado, todas las noches tuve que sufrir aquel olor a Auschwitz. En el cuento Cuatro tailandeses perdí (o no) cinco días empapándome de puertos tailandeses y taiwaneses, barcos de pesca, ambiente marinero y videos relacionados con la pesca, los secuestradores somalíes y demás, casi una semana de documentación para apenas esbozar unos trazos de conocimiento, aquí, en la documentación, sigo las instrucciones de Hemingway y su famoso iceberg.

¿Relees y reescribes a menudo relatos independientemente del tiempo que tengan?

—Mira, en mi libro Delirios de un sátiro enajenado hay cuentos escritos en: uno en 2006, otro en 2011, dos en 2017, otros dos en 2018 y cuatro en 2019. Para que te hagas una idea de mi enfermizo perfeccionismo en cuanto a la reescritura.

¿Cuándo dejas de repasar los relatos?

—Nunca. O, mejor dicho, cuando ya son intocables: cuando ya están editados.

Después de muchos años, lecturas y premios en certámenes decides reunir algunos de tus relatos. ¿Cómo fue esa selección? ¿Cómo fue sacarlos del archivo privado y hacerlos públicos?

—Un buen día, recopilo diez relatos y conformo un libro. Intento que juntos den un sentido de unión a la obra. Siempre elijo los que más me gustan. Eso es todo. Como tengo mucho fondo donde elegir me entretengo metiendo y sacando continuamente relatos hasta que la obra la veo como un todo. Y bueno, creía que tenían que ver la luz, creía que ya era hora de publicar.

Ahora diriges la colección Va de cuento en Fagus, ¿qué criterio de selección utilizas?

—Lo de la dirección de la colección Va de cuento es un regalo que se lo agradeceré toda la vida a mi editora Silvina Elías. Es un sueño hecho realidad, me da tanta alegría o más que publicar un libro. El criterio es sencillo. Me tiene que gustar, decirme algo, ser diferente, no aburrir. El número dos de la colección (estará para abril en librerías) es un libro de relatos del escritor Jesús Castro Lago, un escritor que debería ser más conocido, y estoy seguro que con el tiempo lo será. Va de cuento es una colección ilustrada, y en este caso, da la casualidad, que el escritor también es pintor y serán sus dibujos los que amenicen el espectáculo. También esta colección tiene un plus añadido, que son sus prólogos. El prólogo que ha escrito Óscar Esquivias para este libro de Castro Lago es precioso. Da gusto que los grandes apoyen, promocionen y apadrinen desinteresadamente a los que queremos hacernos un hueco en este mundo. Por eso le quiero dar las gracias desde aquí a Juan Bonilla y a Óscar Esquivias, por echarnos ese capote altruista y generoso que nos llena de orgullo.

¿Dónde crees que fallan habitualmente los escritores de relato?

—¡Aburren! Se creen que todo lo que escriben es canela fina y no es cierto. La mayoría de mis cuentos son una auténtica mierda. Selecciono lo mejor a la hora de editar. No puedo ofrecerle cualquier morralla al lector. No puedo aburrir. En cuanto aburra estaré muerto. Aquí también aplico lo del iceberg, cosa que muchos no hacen, y se nota.

¿Has probado a escribir novela?

—No. El cuento más largo que tengo apenas llega a las 12.000 palabras. Una novela se me empieza a hacer bola a partir de la página 80. Si no me gusta a mí lo que escribo es imposible que le guste al lector. ¿Cómo voy a escribir un género que no leo ni me apasiona? El pobre que escriba sin pasión lo tiene claro.

¿Qué te parece que está sobre valorado en la escritura?

—Buff, muchas cosas. Lo mejor (e imprescindible) de la escritura (y no es por hacer la pelota) es el lector. Que se gasta su dinero en libros que son una mierda y, aun así, vuelve a probar una y otra vez hasta encontrar ese libro que le desquita de los demás truños leídos. Perseverante y cabezón, con curiosidad infinita, el lector es el claro ejemplo de héroe cuya pasión no está a la altura de su demanda. En la escritura está sobrevalorado casi todo. Por Dios, démosle al lector lo mejor de nosotros, solo lo mejor. Leo mucho, y a veces grito diciendo: ¡Es normal que la gente no lea!

¿En qué aspecto de la técnica pones atención con más interés?

—La trama. Es complicadísimo tramar. Es como hacer un puzle de 10.000 piezas. Todo tiene que encajar a la perfección, no debe sobrar ni faltar nada. Si falta una sola pieza se nota, destruye la obra, la gente se fija más en la pieza que falta que en las miles restantes que componen el cuadro. Estoy especialmente orgulloso de la trama de mi cuento La ciénaga. La lucha fue dura, pero valió la pena.

¿En qué te gustaría mejorar y cómo haces para mejorar?

—Como he dicho, leo, releo, copio, estudio… pero todo ese trabajo es para el después. Lo que me gustaría mejorar es la creatividad, el antes, el principio, la chispa, no la controlo ni tengo medios para controlarla. He probado de todo, he leído libros donde se me daban juegos para que fluya la chispa, y me han salido algunos cuentos buenos de ello. Pero no lo controlo, y a veces me frustra. Tengo que esperar que salte la chispa por sí sola y en cualquier momento, inesperadamente. A veces lo fuerzo, pero no es lo mismo. Se nota que el cuento es artificial. Casi siempre, la chispa, me nace en la cama (a Stephen King en la ducha, debe ser un tío muy limpio) y salto de ella disparado hacia el ordenador. Si estoy ocupado uso el método de King, grabo la idea en el móvil para después (esto sería la libretita de toda la vida llevada a todas partes en el bolsillo de la camisa o en el bolso). Es jodido porque la chispa no se puede controlar, pero ese don, esa predisposición natural es lo que te hace artista y te diferencia de los demás. Cuando me preguntan cómo hago para tener esa imaginación, les respondo que yo no tengo el don natural del pintor que ya desde niño y sin estudios pinta bien, o el niño que tiene el don de tocar la música de oído. Yo el don de inventar historias, anécdotas e ideas ya lo tenía a los 11 años cuando escribía pequeños cuentos en hojas arrancadas de una libreta de espiral. La cosa es así, es un don que viene de fábrica. El resto se puede aprender.

¿Tienes quien te lea y opine sobre tus relatos? ¿O con tu criterio ya te vale?

—Mi mujer. La más dura, la que mejor conoce mi obra, esa libertad y confianza que tiene a la hora de juzgar me mejora. Me hace ver fallos que yo no veo. Hace muchos años, en talleres y grupos de trabajo le hacía caso a los demás, a mis compañeros, no tenía la confianza suficiente en lo que escribía y modificaba mis cuentos a sus gustos, malogré tres o cuatro cuentos haciéndolos irrecuperables, tienes que saber muy bien en quien confías y a quien debes hacerle caso. Es muy importante, no vale cualquiera.

¿Eres vulnerable a la opinión de otros?

—Solo a la de mi mujer. Es la única opinión que me importa, los demás son ruido. Me pueden dar consejos, pero la verdad es que no los tengo mucho en consideración. A estas alturas progreso a mi manera. No siempre los consejos del pasado fueron buenos y de eso aprendí. Y las opiniones no dejan de ser gustos y para gustos, ya se sabe. Podríamos decir que soy un tipo muy seguro en eso o muy pasota, no sé, si no te gusta lo que escribo, bien, y si te gusta, mejor. En definitiva, que me la pela. Ojalá que disfrutéis con mis relatos, ese es mi objetivo, pero vamos, que si no lo hacéis tampoco me va a quitar el sueño.

¿A qué te dedicas y cómo te influye tu trabajo en la escritura? ¿Eres de los que opina que es necesario tener una nómina fuera de la literatura para escribir desde la libertad?

—Mi vida laboral siempre ha sido una mierda pinchada en un palo. Ahora estoy bien, trabajo en un centro cultural en el que hay biblioteca, exposiciones, auditorio, eventos, me mola, pero más me gustaría no tener que ir a trabajar. Las horas que paso allí son horas que no estoy leyendo, releyendo, copiando, estudiando, creando… Todo aquel trabajo que no sea escribir es una pérdida de tiempo. ¡Cuántas obras maestras perderemos por el camino por culpa del trabajo! Yo soy de los que ha conocido eso de no llegar a final de mes. Si no hay tranquilidad en tu vida, no hay escritura. Se necesita seguridad laboral y monetaria, tranquilidad emocional. Cuando me ha preocupado el futuro no he escrito. La mayoría de los escritores son funcionarios, ¿os habéis dado cuenta? Es una lástima que estemos en un país donde no podamos vivir de lo que escribimos. Son solo cuatro los que viven de ello. Una auténtica lástima, porque potencial hay. Espero que en el futuro, en una civilización más evolucionada, podamos vivir de lo que realmente nos apasiona.

Tienes miles de seguidores en Instagram, ¿eso te ayuda para llegar a más lectores? ¿Y para contactar con editoriales?

—Seguidores no es lo mismo que lectores. Puede que alguno (muy pocos) me haya leído por eso, pero son los menos. Es curioso, pero el gran volumen de mis lectores no se encuentra entre mis seguidores. Solo una minoría de ellos se toma la cosa en serio, el resto son simples voyeurs.

Es verdad que Instagram me ha servido para estrechar lazos entre escritores y editoriales, y mucho. Gracias a esto he podido comunicarme con ellos y evolucionar, desde Palencia sin redes sociales eres como un ermitaño, como puedes imaginarte. Lo que me da Instagram es la posibilidad de hacer apología del cuento literario, de descubrirle a los lectores este género que tanto me apasiona.

Has publicado con una editorial incipiente, ¿por qué te decantaste por Fagus?

—Terminé Delirios de un sátiro enajenado el 10 de abril de 2021, a las 4,30 de la madrugada. Lo mandé en pdf a cuatro editoriales, y fue Fagus, el 14 de abril de 2021 (4 días después) la que contactó conmigo proponiéndome un contrato de lo más ventajoso. El amor tiene que ser recíproco, si yo soy importante para ti, tú lo eres para mí. Es decepcionante y humillante tener que ir como un muerto de hambre pidiendo limosna de puerta en puerta con tu manuscrito bajo el brazo, entre los editores hay mucho obispo de pene pequeño al que le gusta que le besen el sello de oro. Demasiados fantasmones por estos lares. Por eso, cuando encuentras a una editora de la calidad humana de Silvina Elías se para el tiempo y te dices, no, aquí tiene que haber gato encerrado, y cuando la conoces, su profesionalidad, su humanidad, su bondad, su ayuda incondicional… te quedas de piedra. Te alegras de la suerte de haber conocido a una persona de ese nivel. No hay editoriales pequeñas, hay editoriales valientes.

Después de la experiencia de publicar, ¿quedas con ganas de más o volverás a ser un escritor anónimo?

—Tengo mucho material y me gustaría ir sacándolo poco a poco. Me propongo editar en los años impares, ese es mi propósito, y disfrutar del viaje. Y por supuesto, que disfrutéis vosotros también conmigo.

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