ANTONIO TOCORNAL: «LA DISCRECIÓN ES MUY IMPORTANTE EN LITERATURA»

On 16 julio, 2020 by Redacción Creatividad Literaria

Leer a Antonio Tocornal es una invitación a lo insólito, sabes que no te dejará indiferente. Hacía tiempo que tenía ganas de preguntarle de dónde saca esa chispa pero tras leer su última novela, Bajamares, enviamos al gavilán con la entrevista en el pico, hasta su isla.

Sabed que Bajamares es una historia sorprendente para quien lee y un reto literario para quien lo escribió. Aquí nos cuenta que durante años tenía en su cuaderno de notas la siguiente frase: «Escribe sobre un farero». ¿Cómo desde ahí crece una novela?

Con Bajamares obtuvo el Premio Diputación de Córdoba y aunque en septiembre llega a las librerías ya puede comprarse en Amazon o a través de sus redes sociales. Antes obtuvo el Premio de novela Vargas Llosa con La noche en que pude haber visto tocar a Dizzy Gillespie, también finalista del prestigioso Premio Internacional Ciudad de Barbastro. Sus cuentos cortos han triunfado en algunos de los certámenes más importantes: «Gabriel Aresti», «Ignacio Aldecoa» o «Ciudad de Mula–Francisco Ros». En 2019 ganó el Premio de Poesía «José Antonio Torres».

Sus respuestas son tan recomendables como su literatura. En serio. Si os gusta escribir o si os interesa conocer cómo trabaja un escritor aquí tenéis una charla de lo más inspiradora. Nos habla del factor lúdico de escribir o de esa discreción que hemos elegido de titular, ese pasar desapercibido del autor para que quien lee se centre más en la historia que en cómo está escrita. Sus rutinas, su traspaso de la empresa que dirigía para dedicarse a escribir, su elección de vivir en una isla. Tomaos un tiempo, lo agradeceréis:

Extraer y explorar todos los recursos de una isla habitada por una sola persona me resultaría una propuesta de escritura motivadora en un taller de narrativa. ¿Cómo surgió la idea de esta novela?

Ante todo muchas gracias por esta entrevista y por pensar que lo que tenga que contestar puede interesar a alguien.

Verás, yo tengo un cuaderno en el que recojo ideas, argumentos, escenas que a veces sirven como detonantes para escribir una historia más o menos larga que por convención dividiremos en relatos y novelas. En la primera página de ese cuaderno, desde hacía al menos cinco o seis años, tenía escrita la frase «escribe sobre un farero». La veía cada vez que lo abría, pero no había nada más; la historia no acababa de surgir, ni siquiera un relato corto, pero sabía que tenía que llevar al límite la situación de ese hombre; tanto su soledad como sus condiciones de vida. Hubo un momento en el que me di cuenta de que no debía basarme en un argumento, ya que no hay argumento posible en un escenario tan limitado y con un solo personaje que vive allí durante sesenta años; comprendí que el argumento solo podía ser mental. Desde ese momento la historia salió sola, y el primer borrador se escribió de corrido en pocos meses. Luego pasó por un largo periodo de ampliaciones, de ajustes y de correcciones.

Las palabras son importantes. ¿Por qué guardafaros y no farero?

Creo recordar que cuando me estaba documentando para la novela leí en algún sitio —en un sitio que ya no podría volver a localizar—  que es así como se denominan los guardafaros a sí mismos, y que incluso la palabra farero les sonaba profana dentro del gremio; al menos en ciertas zonas. Di por buena esa afirmación y adopté la palabra guardafaros —que aún no fluía de forma natural en mi vocabulario— por respeto a ellos, y así se quedó.

Bajamares se estructura en capítulos según quién habla. Tenemos la voz del guardafaros, la del narrador, la del barquero, documentos… Quisiera saber si esa división por voces te ayuda a avanzar en la historia. Si dividir los puntos de vista ayuda a narrar.

Bajamares no podría haber funcionado de otra manera. Cualquier narrador, sin el apoyo de los demás, habría sido insuficiente, porque habría sido imposible que aportase todos los matices que iba buscando. Normalmente una novela comienza a fluir cuando el autor encuentra la voz del narrador. Esa es otra de las razones por las que estuvo años sin germinar. Solo cuando me di cuenta de que tenía que ser una novela coral empezaron a encajar las piezas. Mi trabajo se convirtió entonces en una labor de ajustar, dosificar y ordenar las diferentes voces, como si fuese un moderador.

Hay en el farero mucha filosofía, por ejemplo: ¿Hay alguien más rico que el que se pueda permitir perder el tiempo sin sentirse culpable por ello? ¿Quien escribe tiene algo de filósofo o es signo puro y duro de un personaje concreto, en este caso el protagonista de Bajamares?

Como dije antes, cuando el escenario es una isla pequeña y hay un solo personaje durante tantos años, el argumento tiene muchas limitaciones, y casi todo lo que pasa sucede dentro de la cabeza del guardafaros. Tenía que apoyarme en pensamientos, porque gran parte de la acción es eso, pensamientos del farero sobre su propia vida interior, sobre su relación con el entorno y sobre sus visiones oníricas.

Un narrador omnisciente no puede exponer ideas filosóficas o ponerse trascendental; él no deja de ser un testigo y no tiene derecho a importunar al lector con opiniones propias que el lector no le ha pedido, pero por el contrario un personaje que también es narrador en primera persona sí tiene ese derecho; puede hablar de lo que se le pase por la cabeza.

En cuanto a si los pensamientos más filosóficos o trascendentales nacen del sujeto que escribe o del sujeto escrito, ¿acaso se podría precisar dónde está la diferencia?

Te copio otro párrafo: He conseguido llegar a no ser nadie para nadie y ese ha sido el mayor y tal vez el único éxito de mi vida. Borrar para escribir de nuevo. Demoler para construir sobre tabula rasa. Esta reflexión del farero me resulta inspiradora para quien escribe y desea despojarse de sus prejuicios o sentimentalismos y convertirse en mera voz de la historia. ¿Es tu caso? ¿Pretendes olvidarte de ti cuando escribes?

Solo se vive una vez, y a veces vale la pena «resetearse» a sí mismo y comenzar desde cero dando un giro vital importante para ver el mundo desde otro ángulo. Yo lo he hecho varias veces en mi vida y no descarto hacerlo de nuevo en el futuro.

Por otra parte, vivimos en una época en la que el ego lo es todo y cada uno intenta venderse lo mejor que puede. Somos un poco patéticos. Yo tengo, cuando escribo, cierta tendencia al preciosismo que me veo obligado a reprimir. Creo que cuando un lector lee, lo que le interesa es la historia; sumergirse en ella y olvidarse de que está en un libro escrito por una persona.

La discreción es muy importante en literatura. Creo que escribir bien, con un lenguaje aceptablemente rico, es una actitud respetuosa hacia el lector, pero no se ha de caer en la tentación del alarde o de querer demostrar lo que uno vale o cuánto sabe, porque lo único que conseguirá es que el lector admire al escritor mientras se aburre con su libro, y eso sería un fracaso.

¿Cómo habitar la mente de un personaje diferente a uno mismo?

Quiero pensar que —obviando la genética— todos somos, en un estado primigenio, la misma persona o la misma posibilidad de persona, y que son la cultura y el entorno lo que nos diversifica. Partiendo de esa premisa, un escritor como yo, español, de cincuenta y tantos años y con un pasado a cuestas, ya se ha puesto en la piel de una prostituta francesa del siglo XVI, de un representante de artículos de mercería, de un adolescente obeso y asesino, de alguien que cruza un desierto sin preguntarse por qué, de un alcohólico que se ve obligado a trabajar de Papá Noel en unos grandes almacenes, de cientos de otros personajes. Antes hay que hacer un viaje introspectivo, verse como esos personajes, comprender qué los ha llevado a ser así y, de ser ellos, cómo actuaríamos ante un conflicto.

Es como cuando éramos pequeños. Era muy fácil y natural ponerse en la piel del personaje objeto de nuestros juegos: el policía, el vaquero, la maestra o el astronauta. Una vez que nos lo creíamos, el argumento del juego salía de forma espontánea; a veces incluso no daba tiempo a desarrollar toda la acción cuando había más de un niño aportando líneas argumentales que se acababan por superponer.

Yo creo que el buen narrador de ficción es el que no ha perdido ese espíritu lúdico de infancia o el que ha sabido bucear en su interior para recuperarlo. Los escritores que tienen hijos tienen la posibilidad de observar cómo funciona esa usurpación de la personalidad del personaje y aplicarla a sus propias rutinas.

Tardas casi la mitad de la novela en mostrar una carta trascendental del porqué de la actitud de este anacoreta. ¿Cómo pergeñaste cuándo introducir el dato?

En el manuscrito que se presentó al premio que ganó la novela, el de la Diputación de Córdoba, no estaba ese capítulo. Fue una concesión posterior; algo que añadí más tarde porque pensé que el lector agradecería una explicación; alguna pista que le desvelase el porqué de la decisión del guardafaros de aislarse de por vida.

Ahora creo que fue un acierto, porque cierra un círculo. Era necesario no ser tan críptico ni dejar cosas en el aire, pero había que presentar esa explicación en el momento en que el lector ya se hubiese planteado algunas preguntas.

Por otra parte, no quería que fuese un capítulo meramente explicativo o constructivo que podía habérsele encomendado al narrador omnisciente; por eso se lo encargo a la madre muerta, y ni siquiera es su voz real, sino la voz imposible de su pensamiento interior. Es un lamento que no se formula en voz alta y que tampoco va dirigido a nadie en concreto; ni al guardafaros ni al lector. Simplemente surge de forma espontánea sin necesidad de explicar cómo ni por qué, porque sabemos que el lector ya ha aceptado las reglas del juego.

En Bajamares hay escatología, o escenas escatológicas, y humor en momentos inesperados, como cuando le anuncian la muerte de su madre. ¿Te sale solo o hay una intención de rebajar el drama?

En cuanto a los pasajes escatológicos, son lógicos y necesarios en esta novela. Un hombre solo en una isla donde no hay agua dulce para lavarse, donde puede orinar y defecar en cualquier sitio porque no se tiene que ocultar de nadie, donde hay pulgas, lagartos y muertos por ahogamiento, donde la misma bajamar deja olores a podredumbre, a algas, a tripas de pescado… Había que naturalizar de alguna forma esa profusión voluptuosa de los sentidos para recrear el ambiente y darle credibilidad al escenario.

En cuanto al humor, no concibo escribir sin él. Es lo que le da el contrapunto al drama. No creo que rebaje el drama; más bien lo matiza. Sin embargo es muy peligroso el uso del humor, porque es muy tentador dejarse llevar por él y pasarse; caer en la autocomplacencia de producir chistes o material más propio de un monologuista o de un cómico. Por esa razón me tengo que retener a menudo.

A veces acepto trabajos para hacer informes de lectura de novelas para otros escritores, para ayudarles a perfilar sus obras, y con frecuencia me veo obligado a negociar con ellos el uso del humor, que a menudo se les va de las manos. Por otra parte, la opción contraria, rechazar el humor so pretexto de que mata la épica y la lírica, me parece una actitud fácil y cobarde.

Una dosis de humor bien medido aporta mucha elegancia a la narrativa, pero además estoy convencido de que aporta un distanciamiento que ayuda a exponer el drama. Es como el pellizco de sal que los reposteros añaden a los dulces para que resalte el sabor.

Hay también erotismo. Ese pasaje de la higuera es glorioso. ¿Paseas con mente de escritor transformando lo cotidiano en literatura?

Todo está en la mente, y en este caso la vida erótica de un hombre que vive en soledad absoluta en su madurez sexual también ha de ser, por fuerza, mental. El hombre, como todos nosotros, hace lo que puede y con lo que tiene a mano.

En cuanto a lo de transformar lo cotidiano en literatura, es una actitud necesaria cuando uno juega a la ficción. Se trata de mantenerse siempre en estado de lucidez. Es un ejercicio agotador pero muy gratificante. Observar la realidad como si fuese una historia que uno puede alterar a su antojo.

Cambiando tan solo un elemento con la mente, el mundo en que uno vive ya no es el mismo, es casi el mismo, pero ya es surreal, ya es carne de literatura y mucho más divertido que el real, y basta con describirlo con esa mutación insólita para obtener material de ficción.

¿Cómo de incómodo es escribir sobre temas tristes, duros, dramáticos, oscuros..? (y no quiero desvelar nada)

Es uno de mis retos constantes. Al principio me costaba más, estaba más encorsetado, pero poco a poco creo que voy aprendiendo a soltarme. Sobre todo leyendo a otros escritores que han encontrado esa libertad antes que yo.

He oído alguna vez que un escritor comienza a ser libre de verdad después de que hayan muerto sus padres, en el sentido de que a partir de un momento ya no le importa escribir sobre tabús porque le da igual ser juzgado. Mi madre sigue viva, pero yo me he dado cuenta, leyendo, de que todos tenemos dentro los mismos demonios con diferentes trajes, por lo que si exhibo los míos, aun escondidos en los de mis personajes, no creo que se vaya a asustar nadie. De todas maneras, ¿a quién puede importar si solo nos van a leer con suerte unos cientos de personas?

Cualquier otra actitud más recatada solo rascaría la piel del ser humano sin profundizar demasiado. No me interesa esa literatura pacata y reprimida que se queda en la superficie.

Hay algo de actualidad en este hombre, aunque en su caso el confinamiento es elegido. ¿Y en el tuyo? Más allá de imposiciones, ¿te confinas para escribir? ¿Son diferentes confinamiento y soledad en la labor del escritor? ¿Crees que en tu obra te influye vivir en una isla?

Sí, claro que influye, pero la isla no es solo física, es también una actitud vital. Yo vivo completamente aislado en el campo, en las afueras de un pueblo pequeño en el que paso desapercibido, y eso es algo buscado. A veces pasan semanas sin que cruce ninguna palabra con nadie diferente de mi pareja o mis perras, pero estoy bien así. Si necesito hablar con alguien recurro a las redes sociales, a través de las cuales uno puede ser muy selectivo.

Siempre digo que solo se puede escribir sobre uno mismo, y que lo más que uno puede hacer es ponerse el disfraz de su personaje. En algunas historias ese disfraz estará más elaborado y en otras menos, pero el guardafaros de Bajamares tiene mucho de mí, o de una versión de mí, o de un yo posible que se habría materializado de haber vivido sus mismas circunstancias.

Digamos que no me encuentro cómodo con la deriva que está tomando el mundo y me he construido una isla en la que me he exiliado con mis libros aunque a veces me asome afuera. No necesito mucho más.

Has ganado multitud de premios de relatos. Hay quien diría que eres un profesional de los certámenes. ¿Se puede pillar el truco a los jurados? ¿Te ha abierto puertas tu éxito en el relato corto? ¿Te has planteado publicar una selección o la dinámica de los concursos no lo permite?

Yo nunca he intentado y tampoco me interesa como tú dices «pillarle el truco a los jurados», sobre todo porque no hay dos jurados iguales. Intento enviar mis mejores cuentos y que estén bien presentados, y luego me olvido del tema; por eso me he sorprendido cada vez que me han llamado. Además solo participo con lo que tengo ya escrito, sin cambiar ni una coma para agradar.

Mi jornada laboral es tan larga como la de cualquiera, y no todo el tiempo puedo estar en «modo creativo», por lo que dedico un par de horas a la semana a ese trabajo burocrático que consiste en buscar certámenes que me pueden interesar y presentar obras que ya tengo escritas. Es un juego que me permite, cuando hay suerte, financiar parte del tiempo que necesito para seguir leyendo y escribiendo. Para que funcione es necesario algo de suerte, pero sobre todo perseverancia. No olvides que por cada certamen que se gana hay muchos que se pierden.

Si me presento a certámenes es por dinero y porque me divierte jugar; es así de sencillo. Es una forma de amortizar parcialmente las horas que echo escribiendo. Con las novelas es diferente. Las dos últimas se han publicado gracias a haber ganado sendos premios.

En cuanto a si abre puertas, en absoluto. Las editoriales ignoran que existe un circuito paralelo de certámenes, y solo se interesan por los que organizan ellas mismas, en general para promocionar a autores de la casa colocándoles una etiqueta de premiado otorgada por un jurado de paja y bajo la falsa apariencia de un concurso limpio que ya casi nadie se cree.

Me ha ayudado, eso sí, a conocer muchos parajes de España que de otra forma no habría conocido, y a no llegar como un turista, ya que he sido siempre muy bien recibido por gente culta que me han tratado muy bien y, en ocasiones, se han convertido en amigos.

Llevo muchos años escribiendo relatos y tengo docenas de ellos, pero creo que solo ahora podría publicar un recopilatorio decente, aunque no tengo prisa. Un libro de relatos —tú lo sabes muy bien y lo has demostrado en tu libro Animales urticantes— no debe ser nunca un saco en el que se meten una docena de relatos de forma aleatoria. Tiene que haber un hilo conductor intangible, un diálogo entre ellos, porque si bien cada relato es una obra independiente, el libro como entidad ha de ser también una obra en su conjunto. Tengo un manuscrito con quince relatos que cumplen ese requisito y que se podría publicar ya, pero solo lo haré si las condiciones son óptimas. No se debe publicar a cualquier precio.

Tengo la suerte de haber leído varios de tus relatos y en todos destaca la originalidad y la imaginación. Eres capaz de sorprender con los desenlaces y con las situaciones que narras. Esto también sucede en Bajamares. ¿Te pasas días valorando esos giros? Nadie puede acusarte de frases hechas ni lugares comunes, la lógica puede saltar por los aires y sin embargo tus historias resultan creíbles. ¿Cómo mantienes la chispa de tu creatividad?

Eso es muy sencillo: no le doy vueltas a las cosas; espero hasta que las ideas me lleguen solas, y cuando llegan intento capturarlas antes de que se escapen, aunque para ello me tenga que levantar en medio de la noche y ponerme a escribir. También me llegan muchas ideas inútiles que hay que reconocer y desechar. No me esfuerzo en escribir nada mientras considere que no tengo nada importante que decir. Acepto que pueden pasar semanas enteras en las que no tengo nada que escribir, así que las dedico a corregir o a leer sin sentirme culpable.

No me gusta basar una narración en giros inesperados; intento más «tejer» un ambiente y que haya literatura desde el principio. Sin embargo, creo importante la introducción de «lo insólito» en mis relatos y en mis novelas. Puedes narrar una historia cotidiana, incluso de alguien anodino, y cuando has creado un personaje o una situación con tanto detalle que ya lo hace creíble —y no hablo de descripciones—, solo entonces puedes permitirte introducir el elemento insólito, como por ejemplo que el protagonista amanece una mañana convertido en una cucaracha, o que en lugar de envejecer el personaje, el que envejece es su retrato al óleo.

Es algo que se puede establecer también y sin mayor problema desde el principio del texto, porque «lo insólito» se puede proponer como una cláusula de un contrato entre el escritor y el lector: «Esta es mi historia y si aceptas, la vamos a jugar según estas reglas».

Dime si me equivoco. Me suena que dejaste el trabajo para dedicarte a escribir. ¿Fue una decisión basada en la intuición o más bien racional? De ser cierto, ¿qué te aporta dedicarte solo a la literatura? ¿Seguirás o te pones fecha para regresar al trabajo convencional? ¿Cómo organizas tu día a día?

Estás muy bien informada. Antes hablábamos de la necesidad de reinventarse en algún momento de la vida y te contesté que yo lo he hecho ya varias veces. Yo tenía una empresa a la que me he dedicado durante veintiséis años. Me ganaba bien la vida con ella, pero cuando realmente era feliz era cuando estaba leyendo o escribiendo en las horas libres; las responsabilidades de la empresa hacia mis trabajadores y hacia los clientes me pesaban demasiado. Pienso que solo se vive una vez y hay que hacer, si se puede, lo que más feliz nos haga. Cuando hablo de «felicidad» no hablo de «dicha», sino de esa sensación de estar haciendo lo que pensamos que mejor nos completa o nos construye; de sentir, cuando nos vamos a la cama, que somos un poquito menos ignorantes o estamos un poco mejor definidos que el día anterior.

Llegó un momento en que me disgustaba la idea cambiar mi tiempo por dinero sin más aliciente; era como ir vendiendo la vida a rebanadas. Mis hijos ya no me necesitan y vivo con muy poco, así que hablé con algunos de mis antiguos empleados y les propuse que continuasen ellos con el negocio: montaron una sociedad y les traspasé la empresa a su nombre. Ellos están muy contentos siendo los nuevos propietarios y yo también. Ahora gano mucho menos dinero, pero no tengo la intención de volver atrás aunque, si un día lo necesito, confío en que mis antiguos empleados —que ahora son buenos amigos— me darían trabajo, aunque les pediría que fuese haciendo alguna tarea sin muchas responsabilidades.

Mi día a día no es muy apasionante. Ahora en verano me levanto a las seis de la mañana y camino una hora con mis perras Rumba y Jazz antes de desayunar. Luego me pongo a trabajar. Escribo, corrijo textos propios o ajenos, y descanso a ratos para ocuparme de la casa o del huerto o para nadar un rato. Por la tarde leo y por la noche leo. Raras veces veo a otra gente.

Ahí va la pregunta más repetida a quien escribe relatos y novelas. Seguro que tu respuesta eclipsa la falta de originalidad. ¿Cuándo sabes que es un relato y cuándo una novela?

Dejo que la historia lo decida. Nunca planifico nada. Hay novelistas que dirán que eso es una locura, pero cada uno tiene que adoptar el método que mejor le funcione. Tampoco me impongo horarios para escribir. Solo lo hago cuando estoy en un estado mental especial, como si hubiese bebido mucho café o tomado alguna droga que me mantiene en ese estado de consciencia. Entonces me pongo a escribir sin ningún mapa, sin saber adónde voy. Lo hago a partir de un detonante, un pequeño punto de partida que puede ser una idea, una atmósfera, una frase.

Un ejemplo: el otro día escribí la frase «en este lugar no hay pájaros». No tenía ninguna continuidad prevista y tampoco una razón para escribir esa frase y no otra; simplemente intuía que tenía que escribirla y lo hice, y a medida que la escribía nacía otra, y luego la siguiente. Al cabo de un rato tenía un argumento simple que se fue mostrando por partes, como un striptease, pero lo que me interesaba trabajar no era el argumento sino el ambiente, y a la semana se había convertido en un relato de siete páginas. Lo normal es que salga un relato, pero también puede que salga algo parecido a un poema o una novela, o nada. O un texto que no sabes muy bien lo que es pero que redescubro años después y compruebo que nació para cubrir un hueco de algo que estoy escribiendo en ese momento. Dos de mis novelas, La noche en que pude haber visto tocar a Dizzy Gillespie y otra inédita han nacido de esa forma, y me di cuenta de que lo que estaba escribiendo eran novelas meses o años después de empezarlas, cuando llevaba cincuenta páginas de ese texto y veía, cada vez que lo retomaba, que quedaban muchas cosas por decir.

En una novela no me interesa saber cómo era el peinado de la señora marquesa, o si el arma homicida era una Baretta M9, o que a las 20:53 se apeaba el amante de la señora del notario en el andén nueve de la estación de Chamartín. Si te fijas, verás que los argumentos de mis novelas son meras excusas para crear ambientes, estados de ánimo, formas de ver la vida, que son cosas que me interesan más que las historias en sí. Eso me permite no tener que elaborar complicadas tramas.

Ese método de brújula más que de mapa me obliga a pasar el noventa por ciento del tiempo ampliando o corrigiendo lo escrito, pero es como más me gusta trabajar y el que mejores resultados me ha dado. A veces, en el camino, me sorprendo yo mismo con los hallazgos que van surgiendo. Eso es muy gratificante.

Pero creo que mejor lo dejamos aquí. Las preguntas eran numerosas y complejas, así que tengo que disculparme con el valiente lector por la extensión de las respuestas y darle las gracias si ha llegado hasta el final.

Y gracias a ti por la entrevista; ha sido muy interesante y muy agradable.

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