MANUEL ASTUR: «Para mí escribir es un poco como fundar una religión propia»

On 17 junio, 2020 by Redacción Creatividad Literaria

El pimer impulso fue incluir San, el libro de los milagros en nuestro Club de Lectura pero la admiración que el estilo de Manuel Astur me suscitó pedía también una entrevista. San es en sí mismo un milagro purificador de literatura. Es claro y limpio como el río más puro. Había que preguntar.

El mismo mimo que vierte en describir el paisaje lo aplica en el alma, no solo individual sino colectiva. Porque San habla de todos nosotros, de lo que somos y de cómo lo hemos contado. La leyenda, la tradición oral y la canción popular mecen esta historia que, curiosamente, partió de un suceso, el asesinato de un hombre por parte de su hermano en una aldea asturiana. Al asesino se le supone corto de mente pero, ay, qué importante saber cómo ha sido tratado ese tonto de pueblo y narrarlo sin ñoñerías. Astur abandona la reconstrucción de los hechos para recorrer los caminos de la subjetividad que resultan ser más esclarecedores y universales.

Si valoras el lenguaje cuidado, la reflexión y la poesía leerás esta novela con devoción. Si te gusta escribir imprimirás esta entrevista. Así que tomad la charla por un dos en uno. Recomendamos su novela y recomendamos las respuestas que nos ha regalado, tan clarificadoras y creíbles como su prosa.

En la novela se repite Tenemos tiempo. Tenemos todo el tiempo. No te imagino como un narrador al que le ataque el ansia por avanzar y terminar. ¿Me equivoco?

No te equivocas, no. Lo importante para mí, lo que disfruto, es el camino, lo que descubro mientras avanzo sin prisa, no la meta.

Sorprende el uso del narrador en primera persona del plural. ¿Es una cuestión de experimentación técnica o te vino dado el “nosotros” como parte necesaria de la historia?

La experimentación no es algo que me importe demasiado. Tampoco le doy ningún valor cuando la leo en los demás. Si experimento es porque no encuentro otro medio de contar lo que quiero contar, por pura necesidad. Esta libertad es de las pocas cosas buenas que nos ha dado la posmodernidad. Pero si el modo fuera, digamos, más canónico, no tendría ningún problema.

De todas formas, lo que más me cuesta encontrar y en lo que más suelo trabajar, una vez tengo la historia —que es como el pilar principal de la casa—, es la voz. Puede llevarme años encontrar la voz que necesito. Una vez que la tengo, lo demás resulta más fácil. Así que sí, supongo que la segunda opción es la acertada.

Vienes del ensayo Seré un anciano hermoso en un gran país. ¿Cuánto te permites filosofar en la ficción? ¿Te marcaste barreras entre reflexión e imaginación en esta novela?

Me permito filosofar tanto como en la no ficción: muchísimo, todo lo posible. Luego, a la hora de plasmarlo en el papel, los límites los pone la misma historia. Pero creo que toda novela o narrativa que merezca la pena tiene detrás una cosmovisión. La diferencia es que en el ensayo demuestras esa visión; y en la narrativa, plasmas una realidad que nace de ella. Pero en todos los casos hay un grandísimo trabajo de pensamiento y búsqueda de respuestas. Para mí escribir es un poco como fundar una religión propia. Necesito creer en lo que escribo, mientras escribo, para poder escribirlo. No sé mentir. 

Te pregunto por otro límite, si es que lo hay: poesía y prosa. En San bailan juntos. ¿Es inevitable por tu faceta doble, por tu pasado (¿y presente?) de poeta?

En realidad ese límite no está tan marcado en mí. Mis novelas nacen de una necesidad poética. Son, por decirlo de algún modo, poemas que necesitan una historia y un argumento para alcanzar toda su fuerza; tal vez por eso algunos lectores hayan encontrado ecos de epopeya. Pero el núcleo es poesía y el resultado es, al final, poesía.

En San hay ecos de fábulas, de tradición oral, de cantares. ¿Te documentaste o eran conocimientos previos a la escritura?

Bueno, yo soy de aldea y vengo de una familia cariñosa y numerosa a la que no hay nada que le guste más que hablar y contar historias. Mi abuela Amor era una mujer inteligentísima que, a pesar de no haber ido casi a la escuela, era una grandísima contadora de historias. Y, al parecer, su padre también, pues los vecinos del pueblo venían y se reunían alrededor del llar en las tardes de invierno para que les contara cuentos. Mi madre heredó esta oralidad de ellos. Así que he crecido empapándome de esos cientos de historias que flotan en el tiempo y que nadie sabe bien cuándo fueron creadas ni dónde ocurrieron. Lo importante de esas historias no es que sean ciertas, sino que sean verdaderas, que su enseñanza y su poesía puedan ser comprendidas por cualquiera en cualquier época.

Está basada en un suceso muy mediático, sin embargo lo narras como un cuento. ¿Tuviste que desintoxicarte de la información periodística y su estilo para lograr tu tono?

Si te soy sincero, no tuve necesidad de desintoxicarme porque no llegué a intoxicarme. Cogí la noticia de partida y dejé de seguir el caso. Tengo mucha capacidad de distracción; cuando algo no me interesa, lo olvido.

Sí es cierto que en los primeros intentos, dejándome llevar por Truman Capote, caí en el error de meter alguna voz de estilo periodístico, pero enseguida me di cuenta de que ese tono lo arruinaba todo, porque en esta novela lo más importante no son los hechos ni la historia, sino que esta leve melodía es una excusa para desarrollar el resto de armonías.

Hay buenos y malos como en un cuento, pero dudo si te interesa una moraleja.

No me interesa lo más mínimo. Hay buenos y malos porque en la tradición oral, en la historia que la tribu humana se cuenta a sí misma junto al fuego, hay buenos y malos. Pero, si te fijas bien, un mensaje que subyace en la novela es que todo es inevitable: los malos no pueden evitar el papel que se les ha asignado, así que la mirada sobre ellos no puede ser cruel ni vengativa; también son víctimas de su tragedia.

Se compone de muchos fragmentos cortos. ¿Escribes los relatos y luego los ensamblas o lo leemos en el mismo orden en el que fue escrito? ¿Cómo trabajaste la estructura?

Sería incapaz de hacer un puzle. Unas historias surgen de otras y todas están íntimamente relacionadas. Sabía que esta novela debía tener la misma estructura orgánica que tienen los mitos y el folclore: de árbol, en la que cada detalle es una hoja que va unida a una rama, que a su vez se une al tronco, que es la historia principal. O, si lo prefieres, de gran río donde todos los pequeños regatos y afluentes desembocan hasta aumentar su cauce. De hecho, la novela está llena de referencias a árboles y a ríos.

El lenguaje y la palabra aparecen en la historia como uno de los milagros y a esto le acompaña en el plano formal un cuidado exquisito en la definición de las imágenes. ¿Sientes que dominas el lenguaje, se revela independiente, se te escurre en ocasiones? ¿Cómo lo domas?

Podría decirte que siempre domino el lenguaje, pero te mentiría. Muchos días soy incapaz de escribir una frase viva. La escribo, la leo, tendría que funcionar, pero nace muerta, es como si alguna conexión se hubiera roto. Otros, sin embargo, siento que soy dueño de todas mis palabras, y por lo tanto del universo. Vivo buscando estos últimos días. De todos modos, tengo una concepción bastante taoísta de la escritura: no me pongo a escribir hasta que siento que es el momento. La preparación previa es lo más importante: la escritura solo es el resultado.

Por supuesto, le doy una importancia enorme a la corrección. Una palabra puesta en el lugar erróneo puede destruir todo el trabajo. Creo que fue Kerouac quien aconsejaba escribir borracho y corregir sobrio. Es una exageración muy beat —borracho normalmente solo se escriben tonterías de borracho—, pero que esconde algo de verdad.

De la bondad y el amor a lo ñoño hay muy poco y en mi opinión en San no hay ñoñería. ¿Temiste caer ahí? ¿Tuviste que tachar mucho?

No lo temí demasiado, ya que escapo de la afectación como de la peste y llevo muchos años entrenándome para localizarla y podarla. La ñoñería, como toda forma de afectación, ocurre cuando queremos poner en algo más sentimiento del que tiene. Es un disfraz que utilizamos para creernos sensibles sin sufrir dicha sensibilidad. Creo que no solo en el arte, sino en general en el mundo, estamos enfermos de afectación.

Cuál es el mensaje principal que transmites a quien acude a tus talleres de escritura creativa.

Cuando tenía veintitrés años y trataba de escribir mi primera novela, le escribí un email a Enrique Vila Matas, que era mi escritor favorito —cómo conseguí su dirección es otra historia—, en el que le pedía algún consejo para lograr ser escritor. Él, lejos de mandarme a la mierda, me contestó amablemente y me dijo: «Sin consejos, Astur. Hay que saltar sin red». Es el mejor consejo que me han dado nunca. Escribir con una red para salvarte la vida es hacer trampa y mata el arte. Simplemente, hay que confiar en que puedes hacerlo y hacerlo. La novela la escribí, pero era malísima y, pasado un tiempo, la destruí, pero me demostré a mí mismo que era capaz de terminar una novela. Gané confianza. Y esto, como hace Ursula K. Le Guin, es lo que intento transmitir a mis alumnos.

Lo otro es que la historia no tiene la más mínima importancia. Lo fundamental es la visión. Una vez que tienes la visión, aparecen las historias que la muestran. Hay que entrenar el oído para darte cuenta de que todas esas cosas que parecen no tener sentido forman una armonía deliciosa. Y para ello hay que dejar a la entrada de tu estudio todas las ideas, ideologías y prejuicios, como un niño cuando juega.

Impartes talleres de escritura de la naturaleza. ¿Qué actitud es necesaria para ponerle palabras al paisaje sin caer en tópicos? ¿Cuál es tu relación con el paisaje?

Yo creo que describir un paisaje es un ejercicio similar a la meditación. Para describir la naturaleza y que el lector pueda transportarse a ese mismo lugar tienes que desaparecer. Tienes que convertirte en unos sentidos que sienten y en una mano que escribe, pero tu individualidad y tus opiniones deben quedar fuera.

Esto es lo que me da a mí la naturaleza. Me permite olvidarme de mí mismo, de este personaje de ficción del que soy coautor, llamado Manuel Astur, y que tanto me molesta para crear.

¿Paseas con cuaderno de notas?

Sí. Tengo los bolsillos de las chaquetas llenos de libretitas y cabos de lápiz.

Ser escritor. Dedicarse a escribir. ¿La inestabilidad/incertidumbre afecta a la obra? ¿Hace falta valentía o inversiones? ¿Cálculos o arrestos? ¿Rebeldía o sensatez?

Después de tantos años, no tengo la menor idea. Supongo que cada cual tiene un camino. Al final, queda la sensación de que ser escritor era algo inevitable, que naciste siéndolo y que todos los pasos en falso, en realidad, eran intentos de rebelarte contra tu camino. Pero ya te digo que entiendo que cada cual hace lo que puede. Eso sí, en todos los casos que conozco, hay muchísima fe en que se tiene algo que contar.

Padre y hermana poetas. ¿Crees en la genética del creador?

No creo en ella, no. Creo en compartir un ambiente cultural desde que naces. Yo crecí en una casa atestada de libros. Y yo no era un niño lector, lo que me gustaban eran los cómics. Aunque he crecido rodeado de un gran respeto a la literatura, al mismo tiempo era como si ella fuera de la familia. Era algo muy natural. De niño hacía los fuertes de los playmobil con libros. Mi padre era poeta. Se puede ser poeta sin haber escritor un solo poema. Es un modo de ver el mundo. Mi padre murió hace tres años y en su lápida no hay cruz ni oración, únicamente pone su nombre y debajo: «Poeta». Eso es lo que enseñó a sus hijos: el sencillo amor por la existencia. 

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