MARIANO ANTOLÍN RATO: «LO MÁS INTERESANTE DE LA MEMORIA ES LO QUE NO SE LLEGA A RECORDAR»

On 8 julio, 2020 by Redacción Creatividad Literaria

A Mariano Antolín Rato (Asturias, 1943) le acaban de otorgar el Premio Feria del Libro de Gijón por toda su trayectoria. Una carrera literaria que comenzó con la revelación de la novela Cuando 900 mil mach aprox, Premio de la Nueva Crítica en 1975, y que ha mantenido hasta el presente con un sello de autor tan culto como renovador. Entre sus títulos más destacados están Abril blues, Fuga en el espejo, No se hable más, Picudo Rojo o Silencio tras el telón del sueño (Pez de Plata, 2017) su última novela, un claro ejemplo de que sigue en la vanguardia.

Antolín Rato es además un traductor básico para los lectores en castellano. Gracias a él leemos en español ni más ni menos que a autores como Kerouac, Carver, Baudelaire o Burroughs. A él le debemos también las primeras traducciones de las letras de Bob Dylan. Recientemente ha publicado un libro sobre Billie Holiday: mi cantante de jazz preferida. En esta entrevista reconoce que a quienes he traducido con mayor placer han sido Scott-Fitzgerald y Faulkner. En 2014 le concedieron el Premio Nacional de Traducción.

Antolín Rato representa algo más y no menos importante: La contestación. Se le pregunta a menudo por los movimientos antifranquistas en los que participó durante la dictadura o se le llama en los aniversarios de Mayo del 68. Ahora que nos toca vivir otra época en la que por razones sanitarias o de poder o de mercado nuestas libertades se ven recortadas le cuestionamos cómo se siente en esta nueva situación: El control social siempre ha estado ahí, dispuesto a darme el coñazo y a meterme en la cárcel, cosa que alguna vez consiguió. Por eso, seguiré intentando mantenerme al margen y continuaré siendo “un grupo de riesgo” para los que se dedican a coartar libertades.

Pasen, lean y disfruten de sus respuestas afiladas y sin complejos. Nosotros estamos muy felices de incorporar a Mariano Antolín Rato a nuestra estantería de entrevistas.

Silencio tras el telón… es de lo más arriesgado que he leído en mucho tiempo. Tres cuartas partes de la novela toman sentido con la última parte. ¿Te costó mantener ese tono impuesto por el desenlace? (no quiero decir más para no chafar a los lectores)

Ese sentido existía desde un principio. En la primera versión de la novela, aunque muy modificados, se incluían como notas a pie de página los comentarios de los personajes sobre su aparición en la novela.  En una lectura hecha por una de las personas de cuyo criterio suelo fiarme —hasta cierto punto, claro—, me señalaron que el texto quedaba confuso. Por mi parte, consideré que podía parecer dependiente de procedimientos utilizados ya por Nabokov o Foster Wallace. Y dándole vueltas, terminé por optar por la solución que, al final, apareció impresa. Así, que me costó lograr el tono. Pero es algo a lo que estoy acostumbrado. Las correcciones constituyen, al menos en mi caso —y en el de muchos escritores más, por supuesto— la parte fundamental del proceso de la escritura.

Incluyes muchas citas de escritores, referencias artísticas o musicales. ¿Disfrutas de dar eco cultural?

Mi mundo está hecho, aparte de por las cosas que me pasan, y que vivo literariamente, por lecturas, músicas, obras plásticas… No es que trate de dar un eco cultural, simplemente esas manifestaciones están integradas en mi visión de la “realidad” –un término que conviene entrecomillar–, y por lo tanto  inevitablemente aparecen en lo que escribo.

¿Hay algo o alguien de la cultura contemporánea/actual que te pueda inspirar?

Procuro estar al tanto de las expresiones culturales recientes. En realidad, constituyen el medio dentro del que me muevo con mayor comodidad. No consigo establecer una diferenciación clara entre lo que es arte y lo que es vida. A lo mejor ese es uno de los motivos por los que escribo. Como apuntaba antes, la existencia sin metáforas que permitan habitar literariamente este mundo, me aburre.

Varios protagonistas de Silencio son artistas. Escribir sobre el proceso creativo ¿te ayuda en tu propia experiencia?

Bueno es una de las cosas que mejor conozco. Pero no en todas las novelas que he publicado —y son casi quince— utilicé siempre ese tipo de ambientación, aunque tienda a ella. Supongo que,  salvando todas las distancias, me pasa algo parecido a lo que decía Conrad sobre el mar y los barcos. Que escribía sobre eso porque era lo que mejor conocía, pero lo utilizaba para narrar otras cuestiones. Que son, en palabras aproximadas de Faulkner, las eternas verdades del corazón sin las cuales toda historia es efímera: amor y honor, piedad y orgullo, compasión y sacrificio. Y tengo la impresión que me estoy poniendo grandilocuente. Así que, sin despegar tan alto, diría que escribo para presentar a gente que quiere vivir con decencia en un mundo indecente.

¿Retratar el pasado sentimental propio escuece? ¿Revive?

No demasiado si en ese pasado no hay actos de los que te avergüences. En mi caso, que no tengo vida privada que ocultar, la memoria juega un papel fundamental. Y en esto coincido con casi todo escritor. Lo que pasa es que uno nunca sabe hasta qué punto los recuerdos se manipulan a sí mismos. De todos modos, tengo la suerte de poseer una muy buena memoria, tanta que los elefantes a veces me vienen a consultar. Y la utilizo, modificándola según me convenga para lo que estoy contando. Pero, no, no revive. Hace vivir como si fuera la primera vez. Pues lo importante de los recuerdos es que sean verdad para quien los recuerda en el momento en lo que hace. Aunque me parece que lo más interesante de la memoria es lo que no se llega a recordar. Así que probablemente se narre lo menos interesante de lo que pasó.

¿Desde que comenzaste hasta ahora cómo ha evolucionado o involucionado tu libertad creativa? ¿Cómo afecta el “hacerse mayor” en la creación?

No solo me he “hecho mayor”, es que cronológicamente, por mucho que me resista a aceptarlo, soy ya un viejo. Que debido a eso uno tenga más pasado que posible futuro influye inevitablemente. Sin embargo, no creo equivocarme demasiado —algo sí, seguro—, diciendo que mi “libertad creativa” ha evolucionado poco. Creo que escribo buscando  lo mismo que desde el principio. Momentos imposibles de narrar pero que se sienten en la soledad del tecleo. Y siempre he escrito a máquina,  y ahora con ordenador. Tengo una letra que incluso me resulta indescifrable a mí. Por eso paso a máquina muy pronto alguna nota ocasional que haya tomado a mano. 

¿Que te etiqueten como escritor beat te molesta? ¿Cuánto influyen las etiquetas, reseñas o lo que la crítica espera de uno en la siguiente novela?

Me es indiferente cómo me etiqueten. Y no tengo la sensación de que esas cosas influyan en lo que escribes, aunque quizá me equivoque. Leo las reseñas que se publican de mis novelas. Y en ocasiones me han aportado visiones insospechadas. Pero creo que pasa con lo que le pasa a cualquier lector. Que con  frecuencia no tiene nada, o poco que ver, con tus propósitos. Que tampoco están, en lo que a mí se refiere, como comprobará quien le apetezca leer esta entrevista, demasiado claros.

¿La belleza de las mujeres es un motivo de inspiración? Aprecio numerosas descripciones femeninas.

Las mujeres —bueno, algunas, claro— son mucho más interesantes que los hombres.  Tengo más amigas que amigos. Y su belleza llega a iniciar guerras, como demuestra el comienzo de la literatura. Y estoy pensando, es evidente, en la Ilíada. En cuanto a lo de inspiración, repito esa frase tan manida y atribuida a tantos, de que conviene que te encuentre trabajando.

El amor es muy importante en tus historias (en las que he leído). ¿Has escrito enamorado? ¿El resultado fiel es satisfactorio o luego no pasa el corte de la corrección por cursi?

Claro que es importante el amor. Y he escrito y escribo enamorado. No me importa declararlo una vez más. Si alguien lo encuentra cursi, no me importa. Pienso que él —o ella, por eso de la corrección política— se lo pierde.

¿Te sientes identificado con alguno de los escritores a los que has traducido? ¿Alguno ha sido fundamental en tu narrativa?

Ha sido fundamental uno que no he traducido: James Joyce. Leyéndolo de muy joven, comprendí lo que podía conseguir la literatura. Hasta entonces creía que a esos espacios mentales solo se podía llegar con la filosofía. He seguido leyéndolo, y estudiándolo, y nunca me falla. Otro, que tampoco he traducido y que seguro me ha influido —más de un lector lo ha apuntado al leer  Sueño…—, es Robbe-Grillet, hoy algo olvidado, injustamente, creo. Pero, identificado con ellos no me parece que me haya sentido nunca. A quienes he traducido con mayor placer han sido a Scott-Fitzgerald y a Faulkner. Y por lo general, procuro identificarme con el estilo de quien estoy traduciendo, para así poderlo verter del modo más justo posible.

¿Tuviste vértigo de publicar tus historias por comparación a quienes habías traducido?

Vértigo lo tengo en las alturas físicas, y a veces de modo enfermizo. Y procuro no establecer comparaciones entre lo que escribo y traduzco. Hago lo que puedo con lo que tengo, y así voy tirando. Procuro no buscarme esos problemas. Y si fracaso, bueno, pues me atengo a una frase de Pasolini que cito de memoria: “En un mundo de ganadores vulgares y sinvergüenzas, de oportunistas, de gente importante, que ocupa el poder  gracias a su neurosis del éxito, prefiero con mucho al que pierde.”

Me han dicho que tus primeras novelas son una locura, que son rarísimas, que seguro que están escritas bajo los efectos del ácido. De ser así, ¿cómo han influido las drogas en tus historias? Kerouac decía algo así como escribe drogado y corrige sobrio. ¿Ha sido tu lema?

No debieron pensar que eran una locura los reseñistas, críticos y profesores (más de 30) que le concedieron el Premio de la Nueva Crítica a mi primera novela Cuando 900 mil Mach aprox. Un premio, por cierto, que solo se concedió en tres ocasiones. Las otras dos, no es por nada, a obras de Borges y Juan Benet. Tampoco consideran que sean locuras los profesores que en EE.UU. han escrito sobre ellas y las incluyen en el apartado de postmodernismo en varios libros. Las han calificado, por otra parte, de realistas psiquedélicas (no psicodélicas, traducción perezosa del psychelics ingles), así que quizá si reproduzcan ciertos efectos del ácido. En cualquier caso, durante un viaje de ácido es imposible escribir. Lo que no quiere decir que el LSD no haya sido fundamental en mi vida, y por tanto, en mi escritura. Pero hablar de las impresiones del ácido, como de los sueños, me produce un gran aburrimiento.  La frase que atribuyes a Kerouac, me suena más a que es de Norman Mailer. No tengo lemas al respecto, pero sí sigo consumiendo habitualmente sustancias psicotrópicas, cannabis, por ejemplo, que cultivo, de la variedad sativa. Son una de las adicciones que tengo, como la del tabaco, y probablemente influyen en lo que escribo. Bajo los efectos del alcohol, sin embargo, nunca he conseguido que me apetezca escribir.

Ahora que hay un volumen considerable de las publicaciones de libros de música, novelas de músicos o biografías de música, ¿hay alguno a quien te gustaría reseñar, traducir o incluir en tus historias?

El año pasado, o quizá el anterior, he publicado un libro sobre Billie Holiday, mi cantante de jazz preferida. He traducido unos cuantos libros sobre músicos. Y escribo regularmente sobre música. En especial jazz, rock y clásica. De esta, sobre todo, en su variedad llamada contemporánea. Y mis novelas están llenas de referencias musicales, desde Wagner a los Stones. Una de ellas, Botas de cuero español, toma el título de una canción de Bob Dylan, de quien soy ferviente admirador y sobre el que he publicado, ya hace mucho, un libro.

¿Escuchas música mientras escribes?

Tengo la música puesta cuando escribo. Unas veces la oigo, otras la escucho. Hay compositores que me da la impresión —soy supersticioso—impulsan a escribir. Pienso, a bote pronto, en Liszt o Martinů. Pero elijo más a músicos menos melódicos, tipo Scelsi, Ligeti o Stockhausen y otros así. También a veces prefiero el silencio. Depende.

¿Alguna canción te ha sugerido o inspirado una historia?

No una canción, sino una pieza musical de John Cage. La titulada 4’ 33’’. Consiste precisamente en cuatro minutos y treinta y tres segundos de silencio.

Se puede decir que ya eres un escritor de largo recorrido o con perspectiva. ¿Qué consejos  darías a quien quiere ser escritor?

Soy muy poco de dar consejos. Únicamente le diría a quien aborde por primera vez una novela, que las novelas se acaban y que exigen esfuerzo y ganas. Que salgan bien o mal, depende del talento que tenga uno. ¡Ah! También, que si ahora quiere tener éxito, procure cultivar una imagen pública que tenga gancho en los medios. Al parecer en estos tiempos resulta imprescindible. Por eso me va a mí como me va. Nunca me he ocupado de eso. Por tanto, de poco podrían servir mis consejos.

¿Cómo ves la creación, el sector y la posibilidad de innovar en la era Covid? ¿Y cómo te ves tú al respecto en una sociedad más controladora?

¿Ya existe “la era Covid”? Creía que se trataba de una pandemia bastante jodida; solo eso. No tengo ni idea de qué opinar al respecto y me limito a padecerla, procurando que el virus no me roce, porque debido a mi edad formo parte de los “grupos de riesgo”. El control social siempre ha estado ahí, dispuesto a darme el coñazo y a meterme en la cárcel, cosa que alguna vez consiguió. Por eso, seguiré intentando mantenerme al margen y continuaré siendo “un grupo de riesgo” para los que se dedican a coartar libertades.

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