ANDRÉS MOUTAS: «DENTRO DEL CAOS Y LA COMPLEJIDAD, ES NECESARIO QUE GOBIERNE LA LEY DE LA SENCILLEZ»

On 25 septiembre, 2015 by Redacción Creatividad Literaria

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Escribir es otra quijotada, una odisea, pensar que vas a llegar a algún lado. He ahí su encanto. Tomar un barco sin destino ni motor y dejarse llevar a la deriva. Lo curioso es que el día que eso se termine estaremos muertos. No se puede vivir sin sueños. Alonso Quijano murió porque dejó de creerse Don Quijote.

Andrés Moutas firma en El Club de los Cinco Minutos su primera novela, una suma de humor, ciencia ficción y crítica social . Fue finalista del Premio Minotauro de 2013 y Pez de Plata la lanzó al público en una edición ilustrada. El escritor (Bilbao, 1979), licenciado en Filosofía por la Universidad de Oviedo, resume así su novela en la charla: Los miembros del club profanan algo tan sagrado como el tiempo, cimiento de cualquier sociedad. Si no crees en él significa que no crees en el mundo que te rodea; y si a uno le falla la sociedad está vendido, suspendido en el vacío más absurdo. La mejor forma de combatirlo es el humor, sin duda alguna. Humor contra la estupidez. Retrasar el tiempo cinco minutos es una quijotada, pero es el principio de algo.

Leyendo tu novela me viene a la cabeza alguna película de ciencia ficción, entre el humor de Regreso al futuro y la soledad de 2001. ¿Viste o ves mucho cine de ciencia ficción? ¿O es cosa mía?

Me gusta mucho el cine, pero no sólo el de ciencia ficción; también otros géneros, como el humor, ya que lo citas. Los hermanos Marx, Woody Allen, Berlanga y Azcona… Lo cierto es que en el libro, como bien dices, hay mucho sentido del humor. Los miembros del club profanan algo tan sagrado como el tiempo, cimiento de cualquier sociedad. Si no crees en él significa que no crees en el mundo que te rodea; y si a uno le falla la sociedad está vendido, suspendido en el vacío más absurdo. La mejor forma de combatirlo es el humor, sin duda alguna. Humor contra la estupidez. Retrasar el tiempo cinco minutos es una quijotada, pero es el principio de algo.

Y en cuanto a las novelas de ciencia ficción, ¿cuáles serían tus referentes en El Club de los Cinco Minutos? Si es que hay algún referente.

Hay muchos referentes. Si hablamos de cine y ciencia ficción podría citar Blade Runner o Seven a la hora de crear atmósferas opresivas. Si hablamos de libros, me quedo con la melancolía de Bradbury, es decir, su lado más humano. Pero también hay otras influencias que juegan un papel fundamental y están muy lejos de la ciencia ficción, como la memoria de Shakespeare de Borges o el Informe sobre ciegos de Sábato. Otras influencias son Dostoievski y sus personajes más extremos; Kant y El Quijote, como no, siempre El Quijote con su humor y su idealismo ¿Pero para qué atragantarse hablando de tanta gente excelente? La realidad en sí misma es el caldo del que más ha bebido el libro. Atentados terroristas como el de Atocha, la manipulación de los medios, el oportunismo político, la catástrofe inmobiliaria. De eso habla el libro.

¿Siempre has escrito dentro de este género o has cultivado otros?

Creo que nunca he escrito ciencia ficción. De hecho no me identifico demasiado con el género. Para mí no es más que una excusa para fantasear acerca de lo que me da la gana cuando me da la gana; y entiendo que aquellos que se consideran expertos en la materia me pongan a caldo o les parezca que el libro no tiene el rigor necesario para satisfacer a los amantes del género. Si tuviera que clasificarlo de alguna manera lo haría dentro del  “futurismo mágico”. En cuanto a otros géneros, no me siento adherido a ninguno en particular, aunque me gusta el existencialismo y el humor, que combinan de maravilla. Pirandello era un maestro en la materia.

 ¿Desde cuándo te consideras escritor?

No existe un momento determinado. Uno se va haciendo, adquiriendo ciertas costumbres, modelando su forma de pensar; y sólo al cabo de mucho tiempo levantas la cabeza y te preguntas ¿Pero qué narices estoy haciendo? ¡Invirtiendo mi tiempo a cambio de nada! ¡Estás loco! ¡Eres imbécil! ¡Monta una lavandería y déjate de chorradas! Pero después de valorarlo sonríes y te enfrascas de nuevo y te compensa o crees que te compensa. Escribir es otra quijotada, una odisea, pensar que vas a llegar a algún lado. He ahí su encanto. Tomar un barco sin destino ni motor y dejarse llevar a la deriva. Lo curioso es que el día que eso se termine estaremos muertos. No se puede vivir sin sueños. Alonso Quijano murió porque dejó de creerse Don Quijote.

En 2008 fuiste finalista del premio de jóvenes creadores de la Comunidad de Madrid por un relato. ¿Esta distinción te animó a lanzarte a un proyecto de novela o ya lo tenías en mente?

Sí, en 2008 fui finalista con un cuento muy interesante La tuerca donde un personaje se aliena con una tuerca, que mira y contempla durante días, porque ve en ella una reinvención de Dios. La verdad es que las distinciones de este tipo siempre te animan a seguir escribiendo, así que supongo que sí, que habrá tenido que ver con futuras creaciones, aunque no lo recuerdo de forma concreta.

¿Cómo fue el proceso de escritura de El Club de los Cinco Minutos? ¿Cómo te organizaste?

El proceso de creación fue lento y deslavazado. La idea se me ocurrió hace bastantes años, quizás más de diez. Quería hablar sobre un grupo de individuos o secta que quiere retrasar el tiempo universal cinco minutos, pero no se me ocurría una justificación para hacer algo así, por tanto la dejé, la olvidé y un día surgieron acontecimientos que me ayudaron a sacarla de nuevo a flote: terrorismo global, corrupción política, protestas sociales… Encontré el marco adecuado y recopilé algunas historia que había escrito. Marvin Varela y la soledad del espacio, Mario Niria y el agente negro etc… Al final hice un rompecabezas y todo cobró sentido, un sentido.

¿Qué aprendiste que debes y no debes hacer y que pondrás en práctica en el futuro?

A nivel de escritura a tener paciencia, a mirar las cosas con perspectiva, porque las buenas ideas son como el buen vino, envejecen bien y se sustentan por sí solas. Las malas se pudren, forman pegotes en el texto y moscas intelectuales que te ciegan la visión de las cosas. Desde entonces siempre dejo tiempo a aquello que escribo, que se airee y gane peso. Deshecho la mayoría de las cosas, pero hay algunas que prevalecen.

¿Le paraste los pies a tu imaginación a favor de la estructura y lógica de la historia? ¿O le diste vía libre a la fantasía?

Decía Leibniz que todo ser lucha por perseverar en sí mismo. La imaginación es un órgano dentro de otro órgano y actúa de forma semejante. Cuando la pones en funcionamiento siempre quiere más y es fácil cometer excesos. He tenido que ponerle cotas y levantar muros para que la historia no se derramara y perdiera su sentido. Al final, dentro del caos y la complejidad, es necesario que gobierne la ley de la sencillez. Es algo que aprendí leyendo autores como Sábato o  Agustín Fernandez Mallo, entre otros.

Desde que supiste que eras finalista del Premio Minotauro, ¿te costó mucho encontrar editor?

La mención del premio Minotauro fue todo una sorpresa. No me lo esperaba y me llevé una gran alegría. Son cosas que siempre animan, pero mi experiencia no fue un camino de rosas. Tuve un buen agente, Juanjo Boyá. Me consta que hizo todo lo posible y necesario para intentar colocar la novela, pero es un mundo muy difícil, sobre todo para un desconocido que propone una historia como El club de los cinco minutos.  Las editoriales quieren orden en sus filas, nombres de peso, géneros donde clasificar sus obras y saber a qué público dirigirlas. Actúan de manera conservadora porque quieren mantener su negocio a flote. Si A vende es necesario producir A en la medida de lo posible. El club de los cinco minutos tiene algo de visionario, quizás acertado o quizás no, pero propone algo menos convencional a lo que uno encuentra en las librerías. Al final “Pez de plata” se arriesgó, porque buscan otras vías, nuevas historias. El mercado está muy trillado y es necesario abrir otros caminos. En ese aspecto Jorge Salvador es emprendedor y está muy abierto a las nuevas generaciones. La educación cambia, y la forma de pensar del ciudadano lector también. Lo sorprendente es que el público se está mostrando receptivo con la obra. Es una novela que sorprende y engancha.

¿Qué importancia le das a los premios?

Para un finalista los premios tienen una importancia muy relativa. Siempre ayudan y animan, pero no garantizan nada, al menos en mi caso. Pero para el ganador es muy importante. Cuando yo concursé al Minotauro ganó Carlos Sisí, un autor de género excelente que hizo una buena obra en muchos sentidos, porque para ganar un premio no sólo hay que tener el talento de escribir una buena historia, sino la destreza de escribir una buena historia que se adapte a las exigencias de la editorial. Para eso hay que ser excepcional.

 

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