TERESA NÚÑEZ: «SI NO LO PASAS BIEN CUANDO ESCRIBES, PREFERIBLE DEJARLO»

On 6 diciembre, 2014 by Redacción Creatividad Literaria

Durante veinte años, Teresa Núñez se ganó la vida publicando novelas de bolsillo, una escuela a la que sumó más géneTeresa Núñezros y no pocos premios. Desde los ochenta hasta hoy ha obtenido 167 galardones literarios, el más reciente el Leopoldo Alas Clarín de relato corto. En poesía ha ganado algunos tan prestigiosos como el de la Feria del Libro de Madrid en 1995 o el Ciudad de Pamplona en 2011. También cultiva la literatura y el teatro infantil, y un desparpajo y una agilidad tanto en su manera de charlar como en su narrativa que es lo que nos ha seducido de ella. Además de sus novelas, cuentos y poemas, su trayectoria como escritora también merece ser leída:

Cuéntanos cómo fueron tus inicios en la escritura
Mi primer poema lo escribí con siete años, aún recuerdo una estrofa. Desde que tengo uso de razón me reconozco escribiendo. Cuando cumplí los catorce, mi hermana envió una de mis poesías a la revista Arquero que se editaba en Barcelona. Lo publicaron con obras de adultos, pero yo me enfadé muchísimo porque no me pidió permiso para hacerlo.

¿Qué aprendiste de aquella experiencia?
Me di cuenta de que podía escribir igual o mejor que otros y pensé que era eso lo que deseaba hacer en adelante. Mi madre me quitaba la bombilla del flexo para que me durmiese y dejara de escribir. Pero yo aprovechaba la luz de los vecinos, un neón muy potente que tenían en la cocina, y escribía en el repecho de la ventana. En un poema me identifico así: “Una niña con rizos de limón que entre la luz de un patio creó sus mariposas”.

¿Cuál fue la siguiente etapa de tu recorrido como escritora?
El guion radiofónico y la narrativa. Mi primer trabajo lo obtuve en una emisora de la Cadena Azul de Radiodifusión, que por aquel entonces eran emisoras escuelas en donde se aprendía la profesión sobre la marcha. Con diecisiete años envié un cuento a la revista Blanco y Negro y me llevé la sorpresa de que me lo publicaron. Me pagaron ¡quinientas pesetas! Entonces era mucho y un lujo salir en las páginas de esta revista. Pero utilicé un seudónimo. Mi madre era sobrina segunda de Torcuato Luca de Tena y yo no quería que nadie pensara que había utilizado esta circunstancia.

Bajo los seudónimos de Paul Lattimer y Vicky Doran escribiste más de doscientos títulos de novela de bolsillo del género del Oeste y del sentimental. Cuenta, cuenta.
Las novelas de bolsillo empecé a hacerlas con veinte años, primero fue la novela rosa. No escribí novela del Oeste hasta que murió mi padre y me tuve que poner a fondo, yo tendría entonces 26 años. Siempre he dicho que cuando nos vimos en tan mala situación, incluso con deudas, hice lo único que sabía hacer: escribir. Mi hermana, que escribía con el seudónimo de Ros M.Talbot y que posteriormente también hizo novela rosa con el de Blanca Borné, se dedicaba al Oeste, FBI y Hazañas Bélicas. Son muchas las anécdotas que se pueden contar aquí. Por ejemplo, que los hermanos la llamábamos Talbot desde entonces, cuando comentábamos algo de ella siempre era «la Talbot». Se llamaba María Rosa y pensó ponerse el nombre como lo hacen los estadounidenses, cambiándolo y poniendo el segundo en abreviatura. Pero no encontraba apellido sonoro y corto para acompañar y le preguntó a mi hermano, que en aquellos momentos ojeaba una revista de automóviles. Inmediatamente, él le dijo: Talbot. Y Talbot se quedó. Yo no sé cómo elegí el mío de novela rosa, Viky Doran o Vicky Doran como se empeñaron en ponerme los de Bruguera, pero sí sé que me gustaba el nombre de Paul para el del Oeste y el apellido Lattimer lo saqué de una película. No te dejaban nombres castellanos y, además, para escribir en Oeste y otros temas considerados «varoniles» había que usar seudónimo masculino.

¿Durante cuánto tiempo lo hiciste, qué tiempos de entrega tenías y qué aprendiste de aquello?
No había nada obligado, novela que hacías, novela que cobrabas. Cuando se saturó el mercado nos restringieron, pero en una época muy buena a finales de la década del 60 y principios del 70, yo hacía una novela por semana. Era horrible. Económicamente, sin embargo, merecía la pena. Me pagaban entonces siete mil pesetas la novela. 28.000 pesetas al mes era el sueldo de un ingeniero bien pagado. Gracias a eso compré un piso en Madrid y me pude traer a la familia desde Extremadura.

Quiero señalar, no obstante, que las condiciones laborales eran malas. Yo solía tener al mismo tiempo un trabajo administrativo para cotizar. Los escritores no teníamos grupo laboral en el que incluirnos para cotizar por nuestra cuenta, a no ser que fuéramos autores teatrales, lo que yo en aquel entonces no era, lo fui posteriormente. Esto fue así hasta que Angel María de Lera y otros atrevidos como él fundaron la Asociación Colegial de Escritores. Y hay que decir que casi todos eran de ideas republicanas, habían sufrido cárcel en tiempos de la dictadura franquista y tuvieron mucho coraje para luchar por los derechos de quienes no tenían más que su literatura para subsistir.

¿Cómo compaginabas tu trabajo con la escritura?
Esta es una pregunta que me han hecho muchas veces. Cómo era posible que compaginara un trabajo de funcionariado hasta las tres de la tarde y una casa en donde vivíamos nueve personas, y, encima, escribiera. Creo que mis mejores libros de poesía están hechos sobre la mesa de la cocina. Y si tengo que responder de nuevo, diré igual que siempre: No, qué hago no, qué no hago. Ver la televisión.

¿Y con la familia?
Bueno, casi lo he contestado. Yo me casé con un viudo que tenía seis hijos y quise tener uno propio, así que eran siete. La familia casi siempre es egoísta y resulta obvio que cualquier mujer de mi época lo tenía un poco más difícil. Además, creo que había ciertos celos. Cuando empezaron a proliferar mis premios, los que estudiaban filología no me miraban con muy buena cara. En cambio, mi hijo en cierta ocasión (tenía como unos seis años) me dio un beso para decirme: «Mamá, voy a ser muy bueno y no darte trabajo para que tengas tiempo de escribir esas cosas tan bonitas».

¿Qué te ha aportado escribir en tu vida?
Escribir es mi vida. Cuando mi pareja empezó a ponérmelo difícil, le aclaré que por nadie, ni siquiera por mi hijo, lo que más quería en este mundo, iba a dejar de escribir. Algo así como Emilia Pardo Bazán, que cuando, tras un artículo que promovió un gran revuelo, su marido le prohibió que escribiese, tiró por la calle de en medio y se divorció.

¿Cuáles son tus hábitos?
Ahora soy bastante anárquica en esto. Escribo cuando me apetece, a veces nada más levantarme, con la taza agarrada, otras me quedo por la noche si me sacude la vena. Antes tenía que ser a las nueve, cuando acostaba a mi hijo y los otros estaban estudiando. Una noche me quedé sin dormir por escribir un cuento. Mi marido se levantó a las seis y vio que estaba aún con el flexo encendido. “Qué madrugadora”, me dijo. “Querrás decir, qué trasnochadora” le corregí. El cuento se llama El soufflé y ganó el premio de la Asociación de la Prensa de Ávila.

¿Cómo organizas la escritura de una historia desde que se te ocurre? ¿Cuáles crees que son los pasos fundamentales?
Buena pregunta. No tengo ni idea. En un curso de literatura infantil que hice hace poco me dijeron que era imprescindible componer la escaleta, como en los guiones, distribuir antes en capítulos lo que va a ocurrir. Pero a mí me resulta imposible. A veces, acometo una historia sin saber cómo la terminaré. O al contrario. Sé el final y me cuesta arrancar con el principio. Puede que esté terminando una narración y me dé cuenta de que no he elegido el narrador apropiado porque hay cosas que solo pueden tener una clase de narrador. Y entonces, lo tiro todo abajo y comienzo de nuevo. Tengo un cuento, No invitaremos a Sartre, que ha sido escrito tres veces. En ocasiones, descubro una idea que me parece genial para introducirla en el argumento, y lo hago cuando tengo que volver atrás y corregir lo que ya he hecho. Corrijo muchísimo, hasta que me digo a mi misma aquello de Juan Ramón: «No la toques más, que así es la rosa».

Escribes poesía, teatro, infantil, relato corto… ¿de qué depende el género que elijas en cada momento?
Pues mira, tampoco lo sé bien. El cuento infantil empecé a escribirlo porque cambiaba los finales de los que le contaba cada noche a mi hijo, se me olvidaban. Él acabó enfadándose y me dijo: «¿Pues no escribes, mamá? Escribe los cuentos y así te acordarás siempre». Y eso hice. El teatro para niños fue el resultado de la convocatoria de un premio. Era un reto para mí. Adapté un cuento que ya tenía escrito y me dieron el premio ASITEJ España. Hay ideas que solo pueden ser escritas para niños, y otras que necesitan el vehículo del teatro. De un relato corto puede salir una novela, en estos momentos tengo uno al que le ocurre eso precisamente y creo que acabaré haciendo la novela, de manera que el relato me sirva de guía para aumentar la historia. En general, la narrativa es un trabajo. La poesía es otra cosa. Viene cuando le parece y se va de la misma forma. Puedes escribir un poema en cualquier sitio (yo soy muy dada a los trenes y aviones, tengo que llevar siempre un block pequeño para poder escribir en cualquier momento) y es, además, una amante celosa. Yo la he perdido mucho por dedicarme a la prosa. Pero ella siempre brota cuando hace falta.

¿Cuál crees que es tu punto fuerte?
Esto deberían decirlo los demás, pero a mí me gusta la literatura infantil, me siento cómoda en ella. Porque parece que escribir para mayores obliga a escoger temas duros y reales. No me va escribir con crudeza. De todas formas, creo que mis mayores éxitos se han dado en poesía. En narrativa tengo cierta reminiscencia poética, me entusiasma el realismo mágico. Creo que una de las mejores cosas que tiene el autor es su imaginación. Quizá nunca he dejado de ser niña y por eso me encuentro a gusto en esta clase de narrativa.

Después de tantos premios y publicaciones ¿esperabas ocupar otro lugar?
Siempre esperamos más de la vida. Las circunstancias económicas me obligaron a escribir novela de bolsillo, historias del Oeste y de género sentimental, para sacar adelante la familia al morir mi padre. Luego me casé y quise editar. Mi sueño era tener alguien que me editase sin necesidad de tanta lucha. Pero hoy día el editor es solamente un comerciante. Ves a todas horas que salen a la calle libros de personajillos famosos que ni siquiera han escrito ellos mismos y, sin embargo, venden. Cualquier mindungui escribe un libro y se genera con ello la idea de que esto está tirado, lo puede hacer cualquiera. Actores, políticos, presentadores de televisión… Y si no vendes, te metes en un buen escándalo y la gente se pega por tu obra. O enseñas el trasero en la tele y se te forma una cola en la feria del libro.

¿Alguna vez pudiste dedicarte solo a escribir? ¿Te hubiera gustado?
Cuando tienes que pagar una letra todos los meses y llenar los platos en la mesa cada día, no puedes dedicarte solo a escribir si no eres Pérez Reverte. Si no has tenido amigos que te impulsaran o un buen golpe de suerte, resulta inútil peregrinar de editorial en editorial. Y tienes que ser tu propio agente, esa es otra. Moverte de aquí para allá, promocionarte, buscar contactos… Toda una tarea que puede llevarte a escribir fuera de tu escritorio, lo cual nunca se ha avenido con mi personalidad. Yo he sido muy tímida, aunque ahora no lo parezca, y he tenido montones de dudas sobre lo que hacía. No me gusta darme tono, sobre todo porque creo que esto ha nacido conmigo y, si de algo tengo mérito, es de haberlo trabajado.

¿Cuál es tu consejo a los que empiezan, sea cual sea su edad?
Pues ya lo he dicho. Trabajo, trabajo… y trabajo. Que no les duela rodearse de gente más inteligente y mejor preparada que ellos porque ser el tonto del pueblo a veces es muy ventajoso. Cuando nada puedes aprender, mal asunto. Hay que echarle mucha humildad. Yo siempre digo que aprendo más cuando pierdo que cuando gano. En este caso, todos te dicen lo maravilloso que es tu relato o poema, mientras que en el otro, te lo lees y siempre le encuentras alguna pega, por lo que al fin de perder en varios concursos tienes una obra redonda. Muy importante es también discernir con la cabeza clara el consejo que te dan dejándose llevar por la envidia y el que te aportan con base técnica responsable. Otra cosa imprescindible es divertirse con lo que se hace. Si no lo pasas bien cuando escribes, preferible dejarlo. Y no escribir para los concursos, aunque a veces te sirvan de aliciente, sino concursar con lo que escribes.
Ser escritor es la profesión más ardua y solitaria que existe. Piensa bien dónde te metes si la has elegido. Claro que, a mi parecer, no existe nada mejor. Crear mundos nuevos, tener a tu disposición una ventana abierta como es la fantasía, siempre llena el espíritu de vida y satisfacción.

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