MIGUEL BARRERO: «SIEMPRE ESTOY EMPEZANDO DE CERO»

On 27 marzo, 2014 by Redacción Creatividad Literaria

Miguel Barrero ha firmado cuatro novelas. La última, La existencia de Dios (Trea, 2012), se suma a Espejo (KRK, 2005), con la que obtuvo el premio Asturias Joven de Narrativa 2004,  La vuelta a casa (KRK, 2007) y  Los últimos días de Michi Panero (DVD Ediciones, 2008), con la que logró el  XII Premio de Novela Juan Pablo Forner. Licenciado en Periodismo por la Universidad Pontificia de Salamanca, ha trabajado en medios como Les Noticies, El Comercio o La Voz de Asturias.

¿Qué te aporta la ficción?

 

Entiendo la ficción como algo consustancial al propio ser humano. Somos memoria, y la memoria se construye desde la ficción: ella Biblioasturias-la-existencia-de-diosmisma se encarga de rellenar lagunas, modificar determinados flecos, introducir matices que probablemente no existieron en la realidad. Las cosas casi nunca fueron como creemos que pasaron, bastaría con poner un ejemplo viejo y manido: pídeles a dos personas que recuerden una misma vivencia común, y comprobarás que no la recordarán de la misma manera. La ficción es la herramienta de la que nos servimos para ordenar el caos de la realidad. Construimos nuestra identidad, individual y colectiva, urdiendo un relato que nos narre y nos explique, que nos redima o nos condene, en función de las necesidades que sienta cada cual. Vivimos constantemente rodeados de historias, las que nos cuentan y las que contamos, las que resumen lo que hemos hecho al cabo del día y las que se centran en aquello que nos gustaría hacer, porque esas historias nos definen, nos dan sentido. O al menos creemos que, a través de ellas, nos explicamos. Otra cosa es el plantearse por qué alguien, en un momento dado, decide inventar sus propias historias para ponerlas por escrito y terminar dejándolas en manos de extraños. No creo que nadie tenga una respuesta exacta a esta pregunta. Si procuro ceñirme a mi caso particular, supongo que escribo porque la realidad me parece una cosa demasiado inhóspita, e inconscientemente procuro poner algo de orden en su caos.

 

¿Cómo comienzas la página en blanco? Con una idea preconcebida, con un garabato, con ideas inconexas…

 

Rara vez empiezo a escribir si antes no tengo una idea medianamente clara de lo que busco, aunque me refiero a una idea aproximada. Salvo una vez, nunca he trabajado con un esquema previo, nunca he planificado el número de personajes o los giros que iba a dar la trama antes de sentarme a escribir. Me gusta mucho, en ese sentido, una frase que le leí a Javier Marías hace unos años, en una entrevista en la que contaba que él escribía con brújula, no con mapa. La brújula indica el rumbo, pero no pormenoriza el camino. Un escritor tiene que estar dispuesto a dejarse sorprender por las direcciones que, inesperadamente, adopta su propio texto. No obstante, antes de comenzar cualquier cosa (una novela, un cuento, un artículo), dejo que la idea madure hasta alcanzar un punto en el que sé que puedo arriesgarme a dar el primer paso con cierta solidez. Eso, claro está, no garantiza el éxito: algunas de mis novelas las empecé cinco o seis veces antes de encontrar la fórmula que me dejaba plenamente satisfecho.

 

¿Rituales?

 

Ninguno. A veces preparo café. Otras, en determinado momento, me asomo a la ventana y fumo un cigarrillo. No soy excesivamente tiquismiquis, pero sí mantengo una exigencia irrenunciable: necesito estar solo y con el menor ruido posible alrededor.

 

¿Dónde te gusta escribir y con qué?Espejo-MiguelBarrero

 

Escribo a ordenador y, como he vivido en varias casas de varias ciudades diferentes, me he acostumbrado a escribir en cualquier sitio en el que haya una mesa, una silla y luz suficiente. Los otros requisitos son los que te acabo de comentar: una cierta soledad y un cierto silencio. Y tiempo, y tranquilidad.

 

¿Le das muchas vueltas a la cabeza cuando no estás en tu escritorio o eres de los que piensa escribiendo?

 

Depende. Cuando tienes un proyecto en marcha, es difícil sustraerte a él. Escribes las veinticuatro horas del día, aunque no siempre tengas las manos sobre el teclado. A veces, de camino al trabajo, tomando un café o dando un paseo, se te ocurre de pronto la salida a ese estado de bloqueo que te llegó a ofuscar la tarde o la noche anterior, quizás porque en esos momentos estás más relajado, menos en guardia, que cuando escribes, que es el momento en el que pones toda la carne en el asador. Soy  de los que piensa que la inspiración no aparece si no está acompañada de un trabajo serio, riguroso y más o menos constante. Pero es cierto que, una vez cumplida esta premisa, los arrebatos pueden llegar en el lance más insospechado.

 

¿Buscas la inspiración?

 

La inspiración no se busca, se trabaja. Si en un momento dado no me hubiese decidido a escribir cuentos, probablemente nunca habría escrito mi primera novela, y sin ésta tampoco habría llegado la segunda, y así sucesivamente. La inspiración no es un soplo divino, sino la consecuencia, que puede llegar o no, de un proceso en el que influyen muchas cosas y que se relaciona de forma muy estrecha con el equipaje que uno se ha ido echando a la espalda durante los años. Ahora bien: igual que digo que la inspiración se trabaja, tampoco existe una fórmula exacta para convocarla. Surge de improviso, porque sí, sin lógica ni orden. Por eso nos hemos inventado a las musas: para que protagonicen el relato que nos explique su existencia.

 

¿Qué parte del proceso creativo te gasta más energías y por qué?descarga

 

En un primer arrebato, iba a responderte que la escritura. Lo acabo de pensar mejor y creo que debería decir que la corrección. Ambos son procesos largos, complejos y bastante arduos, y sólo se diferencian en que durante la escritura uno está completamente solo, mientras que la corrección puede optar por hacerla acompañado. En cualquier caso, ambos momentos encarnan el hecho creativo al desnudo, esa fase en la que uno está a solas con su criatura, porque aunque se cuente con ayuda externa las decisiones fundamentales de la corrección casi siempre se toman en soledad, y nadie le indica si lo está haciendo bien, si ha tomado la dirección correcta o si, por el contrario, lo más fácil será que se termine estrellando si persevera en ese rumbo. No voy a decir que sufro escribiendo, porque me parece una afirmación muy petulante y además es mentira, pero sí que a veces es difícil no sucumbir al agotamiento o a una cierta desazón de náufrago.

 

¿En qué momentos disfrutas a tope y brindarías por lo feliz que estás?

 

Supongo que disfruto cuando acabo de escribir y tengo la sensación, que muchas veces se desvanece a la mañana siguiente, de que lo que he escrito se aproxima mucho a la idea que tenía en el momento de sentarme ante el ordenador. No recuerdo que haya brindado nunca por nada de lo que he escrito. Nunca he sido tan presuntuoso como para creer que una página mía podría merecer un brindis.

 

¿Tu primera novela llegó después de otros intentos o a la primera fue la vencida?

 

Mi primera novela surgió de una manera extraña. Al principio lo contaba sin pudor y luego comenzó a darme vergüenza. Supongo que ahora, casi diez años después, no pasa nada por refrescarla. En el año 2004, yo trabajaba en un periódico, había escrito varios cuentos que apenas habían tenido difusión, a excepción de uno que apareció publicado por entregas en un diario en enero de 2002, y ni siquiera me había planteado la posibilidad de escribir una novela. Llegaron a mis manos las bases del premio Asturias Joven, y pensé que podía ser una buena oportunidad para intentarlo. Hace un rato te comentaba que sólo una vez había trabajado con un esquema previo: pues bien, fue en esa ocasión. Conocí las bases en junio, creo, y el plazo para presentarse concluía a finales de septiembre, así que hice un cálculo rápido en el momento y esa misma noche, al llegar a casa, cogí un folio y fui apuntando las partes que iba a tener cada novela, los capítulos que iban a componer cada parte y los folios que tendría que tener cada una de ellas para que, en un plazo de dos meses y medio, me diera tiempo a escribir, corregir y enviar el manuscrito a la institución que se encargaba de recibir los originales. Jamás volví a emplear ese método, y de hecho recuerdo que me aburrí mucho en determinados tramos del proceso de escritura. La verdad es que después he abominado de ese método, pero, si me pongo a pensar, es posible que fuese aquel pequeño esquema el que me permitió acabarla, que el hecho de ceñirme a una metodología rígida, pero eficiente, resultara crucial para llevar a buen puerto un proyecto que, de otro modo, se hubiera malogrado fácilmente.

 

¿Cómo crees que ha sido tu evolución? ¿Qué has ido aprendiendo?

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No creo que haya aprendido nada, más allá de cuestiones puramente técnicas que sirven para solucionar embrollos superficiales, pero no para ir al meollo de la cuestión. En realidad, siempre estoy empezando de cero. Cuando termino una novela, nunca sé si empezaré otra, y, si la empiezo, lo único que sé es que no me servirá nada de lo que hice en la novela anterior. Se pueden corregir determinados errores o pulir algún que otro exceso, pero en ningún caso tengo la seguridad de que aquello que estoy escribiendo acabará valiendo realmente la pena. En cuanto a mi evolución, creo que no he dejado de ser fiel a determinadas coordinadas estilísticas, y que tampoco he abandonado dos o tres temas que he tratado de forma recurrente, aunque con ropajes distintos.

 

¿Tienes en cuenta los consejos de otros o escribes desde la intuición?

 

No consulto a nadie cuando escribo. Sí lo suelo hacer cuando corrijo, pero tampoco demasiado. Como te decía, uno nunca puede estar seguro de que lo que escribe llegará a buen puerto, y yo tengo un círculo de tres o cuatro personas de confianza que leen mis textos, emiten su opinión y, llegado el caso, me ofrecen reflexiones o sugerencias que luego yo puedo tener en cuenta o no. En muchísimos casos, ni siquiera saben que estoy escribiendo algo hasta que yo mismo les cuento que lo he terminado. No sé si se debe a la timidez o al temor de que la irrupción de voces ajenas en medio de un proceso tan exigente como es el de la escritura pueda provocar interferencias que acaben dando al traste con el proyecto original. Probablemente se deba más a lo primero. En realidad, siempre me ha dado mucho pudor hablar de lo que escribo.

 

De la charla con Muñoz Molina ¿sacaste algo para ti? En plan, esto que acaba de decir me lo apunto.

 

Yo empecé a leer a Antonio Muñoz Molina cuando cumplí los diecisiete años y no he dejado de hacerlo desde entonces, así que hablamos de un escritor que entra dentro de eso que podríamos llamar mi campo referencial. En 2013 mantuvimos dos charlas públicas, una en el Centro Niemeyer y otra en los premios Príncipe de Asturias, y las dos fueron muy interesantes y resultaron verdaderamente fructíferas, aunque de eso me di cuenta a posteriori, al revisarlas: en el momento, lo único que me preocupaba era que las charlas saliesen bien. Tener cerca a un autor de su talla siempre es enriquecedor, y evidentemente resulta muy ilustrativo escuchar cómo se gestaron y fueron cogiendo forma libros que han jugado un papel importante en tu educación sentimental, pero no soy consciente de haber llegado a «apuntar nada». En parte, por todo lo que venimos comentando de que en este mundo no hay reglas fijas ni una normativa que resulte aplicable con carácter general.

 

¿Cada cuánto corriges lo que llevas escrito?

 

Nunca antes de terminar. Sólo con una visión de conjunto puedo saber con seguridad, dentro de lo incierto que es todo en este ámbito, qué sobra o qué falta, dónde me he excedido y dónde he dejado cosas por contar. Cuál ha de ser la forma definitiva, en resumen.

 

¿Eres de los que tira mucho de lo que escribe?

 

Desde la generalización del uso del ordenador, no creo que haya muchos escritores que «tiren» lo que escriben en un sentido literal, porque los procesadores de texto permiten eliminar sobre la marcha todo lo que consideramos que está mal sin que apenas queden huellas. Al menos en eso podemos decir que contribuimos más que otros colectivos al mantenimiento del medio forestal. No, bromas aparte, claro que me deshago de muchas cosas. He publicado muchísimo menos de lo que he escrito, y está bien que debo sí porque uno debe mantener siempre alerta su propio sentido de la autocrítica. Hay novelas, relatos o artículos que se malogran, quizás porque no tienen el recorrido que en su momento pensé que tendrían o tal vez porque aún no es su momento, y hay proyectos que no pasan de una borrosa fase embrionaria, supongo que por las mismas razones.

 

¿Te ayuda algún corrector o es un trabajo que te “comes” tú solito? ¿Te gusta la parte de la corrección?

 

Depende. Al margen del trabajo de los departamentos de corrección de las editoriales, he publicado cuatro novelas y he recibido una ayuda «externa» en dos. La parte de la corrección, como te comentaba antes, puede hacerse muy cuesta arriba, porque muchas veces encarna el momento en que por primera vez te das cuenta de todo lo que has hecho mal a lo largo del camino, y tienes la obligación, en ocasiones enojosa por lo que tiene de ataque al amor propio, de enmendarlo en la medida de lo posible y remediar los desaguisados que puedan derivarse de esos fallos. Probablemente esté exagerando, pero a mí al menos me provoca bastante desazón, porque tampoco se trata sólo de cambiar lo que está mal, sino que muchas veces te encuentras con cosas que, en un sentido estricto, están bien, pero que de pronto no te convencen o han dejado de gustarte, y entonces te planteas muy seriamente si debes eliminarlas o modificarlas, o si no pasa nada por que las dejes como están, sobre todo porque nadie te asegura que tu opinión no vaya a volver a cambiar dos o tres lecturas después. Soy tremendamente inseguro cuando escribo, y cuando corrijo esa inseguridad puede llegar a multiplicarse hasta el infinito.

 

¿Te pasa que te embotas en las palabras y te bailan las frases y van perdiendo su significado o lo ves todo claro y cristalino?

 

En la vida hay pocas cosas que sean claras y cristalinas. En la literatura, también. Esa inseguridad de la que te hablaba también tiene algo que ver con esto que dices ahora: las dudas sobre si este adjetivo cuadra bien, sobre si aquella estructura sintáctica es la más adecuada, sobre si una cosa concreta que estoy contando está bien así o necesita una vuelta más… Alguna vez he dicho que, en realidad, nunca termino mis libros, sino que llega un momento en que los publico porque necesito quitármelos de encima. Si por mí fuese, aún podría estar corrigiendo mi primera novela.

 

¿Cuatro novelas ya te permiten hablar de tu “obra literaria”?¿o eso es demasiado sesudo y serio?

 

Como dices, tengo cuatro novelas, pero también varios cuentos diseminados por unos cuantos libros colectivos y una cantidad de artículos que no puedo precisar, pero que deben de andar por trescientos o cuatrocientos. Supongo que sí, que ya puedo decir que tengo una «obra». No me arrepiento de nada, porque escribí cada cosa de la mejor forma que pude o supe en cada momento, pero no puedo evitar tener a veces la impresión de que he escrito demasiado, o en cualquier caso más de lo necesario y conveniente.

 

¿Tienes algún tema que te obsesione y que no logres concretar en palabras-historias?

 

Todas mis novelas han venido girando, de uno u otro modo, en torno una cierta exploración del tema de la identidad, bien sea individual o colectiva, cuando no una mezcla de ambas, así que supongo que si hay un tema que me ha interesado es ése. No es algo que surgiese de mirada consciente, es algo que he descubierto cuando, en entrevistas como ésta, me he visto obligado a mirar atrás y a trazar vínculos entre una novela y otra. Cuando publiqué La vuelta a casa, era incapaz de vincularla con Espejo, del mismo modo que tampoco pude relacionar Los últimos días de Michi Panero con ninguna de las dos anteriores. Fue cuando publiqué La existencia de Dios cuando me percaté de que, en esencia, había estado recorriendo un camino que en el fondo tiene mucho que ver con lo que hablábamos al principio: esa necesidad de pergeñar un relato que nos explique, y cómo en él la ficción juega un papel fundamental al filtrar la realidad en los recuerdos que terminan configurando la memoria.  Por lo demás, desconozco si ése va a ser el tema que continuaré tratando en el futuro. Hace poco, hablaba con una amiga escritora que está planificando una trilogía y le comentaba que me fascina esa capacidad para emprender proyectos tan a largo plazo con la certeza de que los cumplirán a rajatabla. Yo sólo puedo ir libro a libro, sin plantearme otra meta que no sea la de alcanzar la siguiente página.

 

¿Hacia dónde quieres caminar? ¿Hacia qué tipo de escritor te gustaría apuntar?

 

No tengo un objetivo concreto. Tampoco he pensado mucho en ello. Entiendo que hasta ahora he desarrollado una literatura honesta, en tanto que me he ocupado de cosas que me importan, he escrito lo que he querido y creo que lo he hecho de un modo bastante digno. Me gustaría poder seguir así, y si hay gente que se siente interpelada por lo que escribo y tiene a bien leerlo, yo les estaré sumamente agradecido. No tengo muchas más expectativas.

 

Cuando coqueteas con confundir ficción y realidad ¿estás pensando en provocar a alguien, es por jugar y divertirte o es un mero recurso estilístico?

 

No creo que la autoficción ni la metanarrativa puedan provocar a alguien, a estas alturas, máxime si pensamos que hablamos de dos recursos que están en los orígenes mismos de nuestra novelística moderna. Queda un poco redicho recordar esto, pero el Lazarillo se nos presenta desde el primer momento como una obra de autoficción, y en El Quijote el propio Cervantes coquetea con recursos metaficcionales cuando cuenta cómo los cinco primeros capítulos de su novela proceden en realidad de un manuscrito que él mismo se encuentra en un mercado de Toledo. En el caso al que aludes, que es el de mi novela La existencia de Dios, la elección obedeció a dos razones: en primer lugar, una fundamental, que era que el propio tema lo exigía; pero además, me deshice de corsés, de un cierto miedo a abandonar la senda de la ficción «pura» que sí había sentido antes. Estuve a punto de hacer algo parecido en Los últimos días de Michi Panero, pero entonces tal vez fui excesivamente conservador: creí que, novelista principiante como era, no disponía de los recursos necesarios para hacer frente a un reto de esa envergadura, y opté por una novela más tradicional, aunque contuviera partes netamente ensayísticas. La existencia de Dios, en cambio, surgió de una forma muy natural y desde el principio supe que había dado con la forma y con el tono. En un principio, incluso, llegué a barajar la posibilidad de poner nombres ficticios a los personajes reales que aparecen, pero la deseché porque descubrí que, si lo hacía, la narración perdía fuerza ante mis propios ojos y no me resultaba tan creíble. Así que me arrojé en plancha y no me arrepiento: a día de hoy, creo que es mi mejor novela.

 

¿Te ríes cuando escribes o te pones así muy muy serio? ¿Cuál sería tu retrato robot? ¿Tendría café, cigarro y música de fondo o la literatura está llena de mitos cinematográficos?

 

El café lo tengo a veces, los cigarros procuro dosificarlos mucho y ya te he dicho que necesito un silencio, si no absoluto, sí poderoso, de modo que la música queda descartada de forma automática. Uno de mis amigos más antiguos suele decir que siempre escribo cosas muy tristes, así que tampoco creo que haya mucho lugar para la risa. En cuanto a los mitos, es verdad que cierto mal entendido malditismo ha disfrutado mucho publicitando esa imagen del escritor pegado a la petaca de whisky. No sé si alguno cumple con el arquetipo, pero en mi caso ni siquiera he sido capaz de escribir una línea decente con resaca.

 

¿Por dónde se da uno un paseo en Oviedo para refrescar ideas?

 

Para refrescar ideas no siempre es necesario dar un paseo, pero tengo dos espacios que están entre mis rincones más queridos cuando necesito tomar aire: en Gijón, el paseo del Muro; en Oviedo, el casco antiguo. Hasta ahora, me metía de vez en cuando en la catedral porque me gustaba dejar pasar el tiempo sostenido en la quietud de sus naves. He oído que dentro de poco van a empezar a cobrar entrada, así que me temo que tendré que buscar otro reducto.

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