ALEJANDRO CÉSPEDES: «CADA VEZ QUE SE INTENTA DEFINIR LA POESÍA SE VUELVE A HACER LITERATURA O INCLUSO ALGO PEOR»

On 27 noviembre, 2014 by Redacción Creatividad Literaria

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Los lectores de las entrevistas de Creatividad Literaria saben que nuestras preguntas indagan en el proceso creativo de los autores. Pues bien, Alejandro Céspedes ha escrito un poemario en el que reflexiona sobre esta temática y lo propone, además, en una preciosa edición. Topología de una página en blanco, que salió antes en digital que en papel, fue seleccionado como uno de los cinco mejores libros de poemas de 2012 y 2011, respectivamente, por Babelia y El Cultural. Durante el primer año fue descaragado setenta y siete mil veces, una cifra astronómica en poesía y un nuevo éxito a añadir al extenso currículum de Alejandro Céspedes. Cuenta, entre otros, con el Premio Jaén de Poesía (2009), el Blas de Otero (2008), el Premio de la Crítica de Asturias (2008) o el Ángel González (1984). También fue candidato al Premio Nacional de la Crítica en 2009. En la web de Alejandro Céspedes pueden leer sus libros y disfrutar de los excelentes vídeo-poemas extraídos de La libertad del títere, la reescritura en imágenes de Topología de una página en blanco. En la siguiente charla repasa su manera de entender la poesía y, también, el mundo editorial. Pónganse cómodos y disfruten de sus reflexiones.

En tu último poemario intentas explicar cómo es tu proceso creativo a través de poemas, valga la redundancia. ¿Por qué te decidiste sobre este tema y utilizando la poesía?

Los procesos cognitivos que se ponen en marcha en cualquier tipo de creación artística es algo que me resulta fascinante desde que tengo memoria. El hecho de que lo haga a través del instrumento de la poesía no tienen ningún mérito. Es el medio habitual por el que mi mente se expresa desde hace mucho tiempo. Pero a ello se une una enorme curiosidad/preocupación por el lenguaje. Esa convención que nos hemos dado para entendernos/comunicarnos está llena de trampas y el lenguaje poético, como forma extrema de desconexión con los referentes, es su máximo exponente. Aunque, para ser un poco más exactos, lo que intento hacer en “Topología de una página en blanco” (al menos en uno de sus niveles de lectura) es poner de manifiesto la extraordinaria dificultad a la que todo poeta se enfrenta cuando intenta descender del nivel del pensamiento al del lenguaje y cómo, al tratarse de dos medios diferentes, se produce una deformación al estilo de lo que ocurre con la refracción óptica cuando uno entra en el otro. Es también una reflexión sobre la poesía realizada desde dentro del lenguaje poético, sobre la teoría de la recepción, y sobre la constatación de que la comunicación humana compleja es extraordinariamente difícil. Tenemos los ejemplos más asombrosos y significantes en la filosofía y en la teoría de la ciencia, donde permanentemente es imperioso acudir una y otra vez a la redefinición del concepto y a la concreción del marco de su significado según a qué nos estemos refiriendo. En un concepto aparentemente tan ingenuo como “naturaleza” podríamos encontrar usos de significación absolutamente contradictorios y excluyentes entre sí.

 

¿Cómo fue el proceso?thumb_2427184295

Lo cierto es que “Topología…” es una anomalía dentro de mi proceso de creación. Estaba inmerso en un proceso de búsqueda, de reflexión sobre el propio acto creativo, sobre cuál era mi posición en él y, sobre todo, sobre el rol –y más aún la actitud generalmente pasiva- que el lector adopta históricamente en la lectura.

Con el término “anomalía” me refiero a que es el único de mis libros que surge de un “insight”, una comprensión súbita. Y su interruptor fue un caso muy concreto: uno de los compañeros de tertulia poética, el fotógrafo José Javier González me dio un texto que había escrito para el catálogo de una exposición para que le diera mi opinión. Con el texto hice un juego de palabras –una recomposición- que mostré a los compañeros de tertulia y a él mismo como un juego para un fin determinado. Pero no le dieron mucha importancia y no me pareció que hubiesen comprendido lo que trataba de hacerles ver mediante el texto. Mientras volvía a casa no hacía otra cosa que darle vueltas a ese tema de la incomprensión. Y cuando estaba caminando por la calle de Toledo (en Madrid) encontré dentro de mí ese entendimiento instantáneo, repentino. Llegué a casa y me puse a escribir de una forma compulsiva. Los cientos de folios que tenía escritos para el libro sobre el que estaba trabajando ya no me servían y otros textos nuevos, inéditos en mi forma de escribir, iban surgiendo. Aproximadamente en nueve meses había terminado “Topología …” Nunca antes había escrito un libro de una forma tan extraordinariamente rápida.

El fenómeno de la creación, cuando se pone en marcha, es un proceso imparable y con un altísimo grado de autonomía. El cerebro –en estado de máxima atención y conexión- está generando de forma instantánea nuevas conexiones que se unen a las ya creadas y generan de forma inmediata nuevo pensamiento. En esos estados de lucidez es cuando se produce eso a lo que me he referido antes y que los etólogos denominan “insight”; un darse cuenta, un percepción de conciencia que parece haber estado siempre ahí pero que se nos muestra con toda claridad en ese instante como un descubrimiento. En realidad es lo que muchos poetas llaman la visita de las musas o que ligan a determinados sentimientos de transcendencia del lenguaje poético como algo que deviene de un incierto “más allá” que, obviamente, no comparto. “Topología de una página en blanco” nace y se desarrolla de este modo tras ser sometido a un largo y exhaustivo proceso de corrección y concreción.

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¿Qué hace bueno, en tu opinión, un poema?

Lo primero que tendría que aclarar es que mis respuestas, por más que sean expresadas con gran rotundidad, no son verdades ni verdaderas. Son únicamente mis verdades cambiantes. Sobre ellas construyo, y a su vez construyen mi mundo perceptivo (“sensible” en términos fisiológico-ontológicos) en un continuo recíproco, interdependiente e inseparable; y por consiguiente la organización de mi pensamiento; o lo que vuelve a ser lo mismo, la forma de mirar que ejerzo sobre el mundo y, otra vez de vuelta, el sesgo sobre el que se edifica su forma de recepción. Dicho esto, es necesario reconocer que todo comentario acerca de la calidad de una construcción artística es un subjetivo juicio de valor. Por tanto, y en mi caso, no tiene más valor que el que quiera concederme el receptor de mi juicio. Y además, como somos organismos cambiantes también lo es nuestra postura sobre el entorno. A lo largo de mi vida he dado por magníficos determinados textos que luego me han parecido detestables. La acumulación de conocimiento, la edad, y también la esclerosis que esto produce sobre la capacidad de asombro y la inicial tolerancia merman mi disposición al gozo.

Ahora doy por bueno –y sé que esto no es decir nada- únicamente aquello que me despierta interés. Y sólo me interesa aquello que me obliga a pensar, a redefinirme, ya no tolero ese tipo de escritura que se ha dado en llamar de “línea clara”. Las propuestas unívocas, esos textos que solo me proponen lecturas cerradas me aburren hasta la extenuación. En este momento, para mí la única poesía que me asombra es aquella que está llena de puertas.

 

Por cómo nos enseñaron en la escuela la poesía hay quien no la entiende sin rimas ¿Cómo la enseñarías tú hoy en día? La pregunta del millón ¿qué es un poema para ti?thumb_2427184298

El sistema educativo es un gran homicida de futuros lectores. Los niños y jóvenes que sobrevivimos a la obligada tortura de leer a Góngora o “El ingenioso hidalgo…” y adquirimos el hábito de la lectura lo hicimos a pesar de ellos y no gracias a ellos. La lectura tiene que ser un gozo y solo se disfruta de aquello de da placer. Las lecturas tienen que ser acordes con el desarrollo mental del individuo y con el lenguaje que éste utiliza en el tiempo en que vive. En el mío, entre muchas otras, las lecturas fueron Julio Verne, para los que vinieron detrás fue Enid Blyton con su saga de “Los cinco en…” o “Los siete secretos” (por más que la crítica “seria” se empeñe en llamarlos subproductos que engordan y no alimentan; como si fuese mucho más nutritivo a esas edades tener que tragarse “El sí de las niñas”) y en los últimos años J. K. Rowling y su “Harry Potter” o J.R. Tolkien y su saga del “Hobbit”. Conozco a muchos chavales que se tragaron libros de más de cuatrocientas páginas después de ver las películas. Creo que es más posible llegar a Proust y a Kafka después de “El señor de los anillos” que a un chaval de quince años le sigan quedando ganas de acercase a un libro después de ser obligado a leer la “Fábula de Polifemo y Galatea”. Me resulta inconcebible que alguien pueda pensar que un chico de esa edad disfrute leyendo “Don Quijote de La Mancha”.

He hecho muchas lecturas en institutos y mayoritariamente piensan que la poesía es un rollo o que es cosa de niñas. Pero cuando les haces ver que conviven a todas horas con la poesía a través de las letras de las canciones que escuchan con fervor y aprenden de memoria la cosa va cambiando. ¿Por qué, al igual que yo empecé a leer con Julio Verne” (he de reconocer que también con “La familia de Pascual Duarte” y con toda la poesía y el teatro que había en la biblioteca municipal, pero esto no es lo habitual), no se les comienza a enseñar que la poesía es la base fundacional de la música Rap y que, en su forma lírica, es la base de toda la música que escuchan? No se puede empezar la casa por el tejado.

Respecto a “la pregunta del millón”… más allá de su estricta definición: un género literario (habría mucho que hablar sobre los géneros), es decir, una construcción artística que se hace con palabras, no sé decir qué es un poema pues para mí ni siquiera es un texto lleno de saltos de línea. Y no lo sé porque prácticamente todas las definiciones que he leído servirían tanto para un poema como para una corrida de toros. Sé lo que le exijo a un poema: tiene que sorprender, tiene que dejar al lector estoqueado en algún lugar del texto, de rodillas, tiene en algún momento que obligar al lector a detenerse y a alejar el libro de los ojos mientras la mirada se pierde dentro de sí. Los enemigos de esto son los lugares comunes de la poesía, el tópico emocional, la imagen previsible, el abuso del símil, que es a la retórica lo que el taca-taca para un bebé.

Pero estamos en las mismas, si se eliminan los términos “lector”, “texto” y “libro” podría estar refiriéndome a una escultura, una película, o una puesta de sol. Cada vez que se intenta definir la poesía se vuelve a hacer literatura o incluso algo peor.

 

¿Podrías explicar el concepto de “orillas” y el del “pozo” ? thumb_2427184299

Ambos son símbolos y como tales funcionarán de modo distinto en cada lector, amplificando los aspectos referenciales que la cultura a la que pertenecemos ha ido poniendo en cada uno de ellos a lo largo del tiempo. Si alguna virtud tiene este libro –en el que están esos dos conceptos a los que te refieres– es su extraordinaria apertura. El lector ha de convertirse necesariamente en creador pues en el texto no hay acción, el sujeto no existe e incluso al no haber tampoco puntuación la sintaxis es fragmentaria y el texto, en muchas ocasiones y en función de cómo sea leído, puede significar una cosa o su contraria.

La propuesta de lectura que hay en el concepto de orilla en “Topología de una página en blanco” es el de separación, distanciamiento entre las tradicionales posiciones que ocupan el creador y el lector frente al mismo texto. Posiciones que este libro trata precisamente de disolver para obligar al lector a convertirse también en coautor del texto.

El concepto de “pozo” es algo recurrente a lo largo del libro. La primera vez que aparece forma parte de un caligrama que dice: “Cualquier página podría ser un pozo en el que ahogarse”. Es también esa desolación que no se muestra, no está escrita ni sustantivada sino que se provoca en el no-texto, en esos huecos que son abismos que se abren al lector y subrayan el precipicio mismo que existe entre lo que es, lo que pensamos y lo que conseguimos expresar. Y es también ese “cada vez que el vacío encuentra un sitio cambia de nombre ausencia cuando está y cuando no está…” El pozo es identificable con la idea de “hueco”, motivo central del libro y que se repite en él muchísimas veces. Es un hueco exterior, pero también interior y, sobre todo, es el símbolo del vacío que hay en el propio lenguaje, la enorme dificultad que existe en el decir.

 

¿El lector que conoce el proceso de creación comprende y vive mejor la obra? ¿o la lectura inocente es más auténtica?

Sin la más mínima duda. Realmente, cuando lo escribí, pensé que era un libro solo para poetas instalados en la duda, aunque sirva para todo tipo de creación artística. Pero también es cierto que al tratarse de una propuesta tan abierta coexisten dentro de él muchos otros niveles de lectura aptos para otro tipo de lectores. El libro es muy exigente y reclama una entrega absoluta por parte de quien se enfrenta a su lectura. Muchas veces hace frontera con la semántica, incide sobre la teoría de la recepción, es una reflexión sobre la poesía hecha desde dentro del lenguaje poético… Pero en cualquier caso en toda forma de arte hay gradaciones, niveles de comprensión y niveles de creación, cuanto más compleja sea la obra más niveles ofrecerá de recepción. Cuanto mayor sea el nivel cultural de quien lo recibe más estratos de lectura encontrará, o quizá sea él quien los aporte. No creo que este libro sea apto para “lecturas inocentes” sino para lecturas activas.

 

¿Has ido adquiriendo un método creativo a lo largo de los años? En caso afirmativo, ¿cuál es? ¿Es compatible el método con la poesía?thumb_2427184300

Creo que he mantenido desde mi primer libro una tendencia que se ha ido exagerando en cada uno de los siguientes. Todos ellos son orgánicos, unitarios, autorreferenciales, son poemas sí, y tienen un alto grado de autonomía, pero constituyen un libro único, tienen su máximo sentido dentro de él y no podrían intercambiarse para estar dentro de otro. Crecen en el conjunto porque siempre cuentan una historia, a su humilde manera, como si fuesen capítulos de una novela. Se da el caso de que algunos de esos textos, extraídos del conjunto, resultan poemas fallidos e incompletos. Esta característica está presente en todos mi libros pero está absolutamente exacerbada en “Los círculos concéntricos”, “Flores en la cuneta” y más aún en “Topología de una página en blanco”. Esa es la razón por la que nunca he publicado una antología de poemas escogidos.

Esto ocurre así porque, estrictamente, yo no escribo poemas, escribo libros. Ese es mi método. Necesito un proyecto para ponerme a escribir y hasta que no lo encuentro, hasta que no sé cuál es el tema preciso sobre el que van a girar los textos necesariamente, no soy capaz de escribir.

En cuanto a si este método es compatible con la creación poética creo que la prueba es evidente. Aún así sé que no es lo habitual entre los poetas. Lo convencional es que se escriban poemas cerrados a los que se les intenta dar la máxima unidad y luego, con los que cada cual considera mejores, se construya el libro.

 

¿Cómo comenzaste y cómo ha sido tu evolución?

Yo empecé como todo el mundo lo hace a cierta edad. Mari Trini, una conocidísma cantante de los años 70, dice en una de sus letras: “¿Quién no escribió un poema huyendo de la soledad, quién a los quince años no dejó su cuerpo abrazar?”. Creo que cuando se empieza a escribir siendo muy joven siempre se hace desde ese sustrato. El catálogo de sentimientos humanos es sumamente reducido y, a esas edades, hay muy poca originalidad en su expresión. Yo seguí escribiendo, me presentaba a premios juveniles y tuve la suerte de que me premiasen con cierta asiduidad. Eso contribuyó a reforzar esa ac/ap/tidud. Al principio, lo que más escribía eran relatos cortos y teatro. El teatro siempre ha sido nuclear en mi vida y los primeros premios significativos –el primero en 1977- me fueron concedidos por textos teatrales. Pero fue en 1984, al ganar el Premio “Ángel González” de poesía, cuando todo cambió. El poeta vino a España desde EE.UU. a entregar el premio y conocerlo y estar con él todo ese día en Oviedo fue un acontecimiento que me hizo tomar conciencia de lo que estaba haciendo y de lo que llevaría consigo continuar.

 

 

Has llevado tus poemas a vídeos. ¿Qué diferencia a ese poeta de un director de cortometrajes? thumb_2427184297¿Competís en festivales? ¿Habrá nuevos vídeos que acompañen tus futuras obras? ¿O te independizarás como poeta visual? (¡¡¡Tanta pregunta es porque me han encantado!!!)

No puede haber diferencia entre el poeta y el director de cortometrajes sencillamente porque el segundo no existe. Yo soy poeta, lo otro solo es una forma diferente de presentar los libros. De ahí nace “La libertad del títere”. Esos vídeo-poemas son extractos de una película de 61 minutos. Hace años que me aburren las presentaciones al estilo tradicional y siempre trato de que cada lectura de mis libros ofrezca algo distinto. Empecé haciendo dramaturgias. Hemos llegado a estar nueve personas encima del escenario, cantantes, actores, proyecciones de vídeo… pero resultaba tan complicado poner de acuerdo a tanta gente que con “Topología…” decidí que sería mejor bastarme por mí mismo. Así que me embarqué en reescribir/transcribir con imágenes robadas y propias –las menos- lo sustancial del libro. Eso ha dado como resultado una película de una hora que, para mi sorpresa y la de quienes la ven, se convierte en un espectáculo en sí mismo, autónomo, distinto, sobrecogedor.

Es posible que haya nuevos vídeos. Trabajar con imágenes me ha abierto un mundo mágico en donde los significados ya no dependen de palabras. Pero soy un poeta, únicamente, no tengo ninguna formación cinematográfica, la sintaxis que efectúo con imágenes es el resultado de la pura intuición.

 

¿Crees que alguien a quien le guste escribir poemas debe aprender algo?, ¿o es mejor que se deje llevar por su intuición innata?

Si esta pregunta se la hiciésemos a un programador de software quedaría estupefacto. El problema de la poesía, y de la literatura en general, es la creencia de que únicamente se necesita un lápiz y un papel (ahora un Smartphone o una Tablet) el resto, es decir, el lenguaje como única herramienta de la literatura se da por integrada como si fuese una “virtud original”, pero el lenguaje escrito es un extra y nunca viene de serie, es una herramienta a la que hay que saber dar utilidad. El lenguaje es el reflejo preciso de un cerebro bien organizado. Hablar bien es un síntoma de que se piensa bien, pero escribir bien exige otro nivel superior pensamiento.

No hay ni una sola manifestación artística que no requiera del conocimiento exhaustivo de una técnica. El talento, cuando existe, es lo que establece la diferencia entre lo normal y lo singular. Con esto no estoy diciendo que haya que ir a “la universidad de la escritura”, métodos autodidácticos de adquirir conocimiento han existido siempre, incluso en muchos genios. Por eso antes de ponerse a emborronar la pantalla de un Smartphone o una servilleta es necesario leer, leer, leer leer y volver a leer. Diseccionar lo leído, intentar averiguar por qué el autor ha decidido poner cada palabra donde está, por qué ha elegido esa y no otra de todas las posibles, cuáles son sus efectos, hacer la autopsia a la estructura del texto, intentar descubrir por qué funciona, o no, cómo empieza el poema, cómo se desarrolla, cómo acaba y qué estrategias ha dispuesto el autor para tal fin. Y luego escribir y romper todo muchas veces. Hay ciertos jóvenes que piensan que eso de leer no es tan importante. Si en realidad supiesen lo mucho que se nota en un texto la escasez de lecturas quedarían abochornados para el resto de sus vidas.

 

Un poeta consagrado que se autoedita es un tirón de orejas al mundo editorial y una adaptación a los thumb_2427184302nuevos tiempos. De hecho, el título La libertad del títere parece casi un lema pero, ¿esa actitud es válida también para un novel? Hay quien opina que es necesario el respaldo de una editorial para que un nombre gane peso. ¿Compartes esa opinión?

Todo ha cambiado y todo está cambiando de un modo vertiginoso. Nunca antes ha habido más escritores, nunca ha sido más fácil editar ni más formas de hacerlo y nunca ha sido más fácil leer, pero nunca ha interesado menos ni ha habido menos lectores que ahora. La facilidad, la democratización de la cultura ha reportado también una vulgarización de los contenidos (en esta y en todas las artes) y lejos de hacer receptores más exigentes los ha hecho más condescendientes. Hoy vale casi todo. En cuanto a la poesía se refiere creo que hay mucho ruido.

Hoy prácticamente no consagra nada a nadie. Si se les preguntase a la inmensa mayoría de los jóvenes que hoy escriben y editan, difícilmente sabrían dar el nombre de tres poetas que hayan obtenido el Premio Nacional de Poesía. No estoy diciendo que el hecho de que a alguien se le otorgue el Premio Nacional le convierta en mejor poeta. Lo único que consigue es hacerlo más visible entre “la profesión”. Hará más lecturas, irá a más festivales, le harán más entrevistas. Es decir, gana “peso” como dices en tu pregunta. Hace unos cuantos años los premios, todavía limpios en su inmensa mayoría, suponían una celebración tanto para la crítica (que ya no existe) como para los editores (que prácticamente tampoco existen en su concepción originaria) y los medios de comunicación, que tampoco existen, unos por exclusión y otros por sobreabundancia –los diarios nacionales porque no prestan a la poesía la más mínima atención, y los digitales porque al ser tan innúmeros producen el mismo efecto, todo se pierde en la inmensidad de la jungla de una oferta desenfrenada-.

Hoy en día tengo ciertas dudas acerca del término “respaldo” cuando se aplica a una de las editoriales por todos conocidas. ¿Es mejor publicar en una de esas 5 editoriales que en otra, llamémosla para entendernos “periférica”, “excéntrica” en su sentido más literal, de las que hoy hay cientos? Probablemente sí. Pero ¿para quién? Ante la sobreabundancia de la oferta la respuesta más adaptativa –y por lo tanto cómoda- de eso que se podría definir como “crítica oficial” es abrir solo los sobres que provienen de autores conocidos o con el membrete de una de esas cinco editoriales. ¿Es difícil que un autor que publique en esas editoriales “excéntricas” (es decir, fuera del núcleo) sea leído y tenido en cuenta por alguien más que su entorno más próximo? Taxativamente sí. He dicho “difícil”, no imposible. Pero si me preguntases si conozco algún caso tengo que reconocer que en este momento no recuerdo ninguno. Sé que ha ocurrido en narrativa, pero ese es otro modelo y las estrategias de marketing están llevando a las editoriales, para prescindir del riesgo, a hacer rodar las obras por la red en un principio para, si obtienen interés, llevarlas luego al papel. Es decir, hoy el papel todavía es el medio de “consagración”.

Podría parecer que me contradigo puesto que precisamente el libro del que estamos hablando “Topología de una página en blanco” fue todo un acontecimiento en ese aspecto. Fue la primera vez en nuestro país que un libro autoeditado, en formato digital y de descarga gratuita, apareció en el suplemento cultural de un diario nacional. Se le concedió la máxima atención: página completa, impar y sin publicidad. Y en ese mismo formato digital y gratuito fue 4º en la lista de los mejores libros del año de uno de los críticos del diario El Mundo. Nunca antes había ocurrido y no tengo noticas de que haya vuelvo a ocurrir. El libro, durante el año que estuvo libremente en internet, fue descargado más de setenta y siete mil veces. No digo leído, no soy tan ingenuo. Muy probablemente la inmensa mayoría hayan sido curiosos que únicamente lo hayan ojeado. Pero si el libro hubiese sido editado en papel no habría estado más que, como mucho, en alguna estantería de las 20 o 30 librerías de toda España a las que podría llegar. El número posible de “curiosos” que hubiesen tenido acceso al libro habría sido ridículo. Después de un año publicado en papel por la editorial Amargord el libro volvió a ser de dominio gratuito en internet, hoy conviven ambas ediciones, papel y digital, y el número de descargas en mi web al que me refería anteriormente se ha multiplicado por dos. Ni defiendo ni denostó una u otra forma de ofrecerse al público. Sólo doy cuenta de mi realidad, pero para quien quiera sacar sus propias conclusiones diré que absolutamente toda mi obra publicada está en mi web gratuitamente para quien quiera leerla o descargarla. Creo que eso define mi personal posición.

 

¿Y qué pasa con aquellas personas a las que no les gusta el ordenador ni promocionarse por Internthumb_2427184303et ni diseñar páginas web? ¿Están destinadas al fracaso ya que las editoriales cada vez reducen más su trabajo de difusión de las obras?

No lo sé, pero sobre lo que no cabe la más mínima objeción es que un libro en papel del que, en estos tiempos, se vendan más de 500 ejemplares a través de los canales habituales (editorial, distribución, librería) es un Top Ten. Y por aclarar un poco el tema, no se trata únicamente de un problema de las editoriales, sino del mercado. A los distribuidores no les interesan los libros de poesía porque dan mucho trabajo y muy poco beneficio. Y esto es así porque a los libreros tampoco les interesa tener las estanterías ocupadas con ejemplares de poesía. Y esto es así porque no hay lectores interesados en ir a una librería a encargar un libro de poemas. Se cierra el círculo. A esas personas a las que te refieres les diría que, en términos puramente evolutivos, las especies que no se adaptan a los cambios del medio terminan por extinguirse. Pero también es cierto que la literatura en la red está muy sobrevalorada y la mayoría de las veces, ante tantísima sobreabundancia, resulta tan difícil encontrarse en internet con la obra de un autor como en una librería.

 

¿Vives de escribir? ¿Y cómo es esa vida?

No. Vivir de esto, o al menos intentarlo, exige una dedicación y una energía tan enormes que yo no estoy dispuesto a concederle. Son muy pocos los que pueden lograrlo, tengo algunos amigos que lo hacen, pero no se vive de la publicación (salvo los grandes nombres de la narrativa), sino de todo lo que orbita alrededor de ella. Y, sinceramente, cada día son menos quienes pueden hacerlo y cada día lo hacen de una forma peor.

 

 

 

 

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